VIAJE POR MAR CON DON QUIJOTE (THOMAS MANN)

Me encanta leer diarios. Sobre todo, de escritores o artistas. Es como dialogar con alguien que no tiene reparo en hablar de sí mismo y de su arte. Es un buen remedo de la conversación, cuando ésta no se da por los medios habituales. De Thomas Mann, yo había empezado a leer sus diarios hace bastante tiempo. Al poco, los deseché por fríos, objetivos, entomológicos, escatológicos (literalmente), minuciosos, poco reveladores, con mucha paja y pocha chicha, con mucho énfasis ególatra y autoconciencia de genialidad, y poco de una humanidad esperable en una obra que no debiera ver la luz en vida de su creador. Por eso, cuando di con este librito me asomé con escepticismo a ver de qué naturaleza era este escrito, del que no me sonaba haber leído nada con anterioridad.

Viaje por mar con Don Quijote

Sin saber bien de dónde salió esta joyita, resulta que a mediados de este año una editorial pequeña e independiente (Navona) publica en poco más de 100 páginas Viaje por mar con Don Quijote, la crónica en forma de diario que el escritor alemán escribió a bordo de un transatlántico (el Volendam) que lo llevó a él y a su mujer de Europa hasta Nueva York, a lo largo de diez días de mayo de 1934, en su primer viaje a Estados Unidos. Pues bien, nada más que se lee un poco, se capta que el tono es muy otro. Y, sí, también sigue existiendo el Mann meticuloso y detallista, en algunos momentos en que relata la vida a bordo; pero esta vez todo lo impregna un halo de humanidad muy intenso, que es lo que hace que su lectura sea algo que me ha producido mucho placer. Aunque, si de placer hablamos, lo mejor de sus disquisiciones es lo que va contando del libro que ha elegido para acompañarle en la travesía atlántica. Nada menos que El Quijote, en una primorosa traducción antigua, a decir del propio escritor. ¡Claro! ¿Qué libro esperaríamos que iba a elegir Thomas Mann? Uno a su altura, por supuesto. Sin embargo, mis prejuicios se borraron casi de inmediato.

Cuando se termina el pequeño volumen, se tiene la impresión de que, aunque en ese barco todo estaba diseñado para ofrecer disfrute a los pasajeros, como podría pensarse de un crucero de nuestros días, lo que en verdad satisfizo en profundidad al escritor fue la inmersión que llevó a cabo en los cuatro volúmenes naranja donde leyó “su” Quijote. Sus opiniones -lo más interesante del libro, con diferencia- resultan siempre atinadas, generosas y llenas de profunda humanidad, aunque no demasiado originales (salvo en lo que respecta a sus opiniones sobre la muerte del protagonista, sobre la que ejerce una sola vez de crítico, aunque razonando con indulgencia). Nada que ver con la asepsia erudita gélida de un Borges hablando del Quijote, que había leído primero en inglés. Y más alejado aún de las opiniones críticas y bastante gratuitas en ocasiones de un Nabokov permanentemente cabreado y ceñudo. En sus comentarios, Mann revela el profundo amor que sobre la obra maestra cervantina le va suscitando, dándole mucha importancia a los episodios que don Miguel “intercala” cada tanto en la trama principal. Y, sobre todo, fijándose de forma subjetiva en determinados hechos, y relacionándola con otra obra clásica, El asno de oro, en la que ve antecedentes que -dice- no sabe si Cervantes conocería, pero que le parecen claros.

En resumen, una obra deliciosa para una hora y media de lectura e inmersión doble en unos pocos días de la vida de uno de los grandes y en una de las obras más grandes. Todo ello, asegurado con la prosa bien esculpida y vitalista del escritor que nos legara dos magnas obras sobre la muerte, como son La montaña mágica, y, sobre todo, La muerte en Venecia .

Pd/ Por cierto, no es verdad, como reza en la contraportada del volumen, lo que indica la editorial, de que, al hilo de los comentarios cervantinos, va ofreciendo “unas muy interesantes reflexiones sobre la situación de preguerra que se estaba empezando a gestar en su Alemania natal”. Ese apunte se lo sacan de la manga, porque “vende”

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