HEINE DESTRUYE SUS MEMORIAS

Me encanta, antes de entrar en la materia pulposa de un libro, leerme la introducción, si la tuviere. Lo hago no con afán de intentar entender con datos apriorísticos la obra en sí, sino por un motivo más morboso y utilitarista: abundar en los datos biográficos de su autor o autora. De esa rebusca siempre encuentro alguna carnaza que aprisionar entre mis neuronas hambrientas, algún elemento que aprehender como posible referencia emuladora o, como en esta ocasión, sorpresas que de tan fuertes me impulsan a plasmarlas aquí por escrito, para que no haya lugar a pérdida o tergiversación.

Leo una introducción a un librito que me tentó por la mañana. Un autor desconocido y virgen para mí: Heinrich Heine, pero que según parece es una de las glorias de la lengua alemana. Se titula Memorias del señor Schnabelewopski. De entre los tópicos y cosas interesantes, algo me noquea. Los abultados volúmenes de Memorias que llevaba escritos son destruidos por el propio Heine, al recibir la visita de su primo, hijo de su principal valedor económico, el tío Salomon, que acaba de morir. Aquél le ruega que no publique nada contra su familia. La introducción no aclara más en este punto que “Heine destruye las Memorias”. Y luego, que “Arrepentido de haber destruido sus Memorias, empieza a escribirlas de nuevo, y entrega el manuscrito a su amigo y abogado…”

¿No es como para quedar atónito, sin respiración? A mayor abundamiento, cabe destacar el hecho de que este corrosivo y comprometido escritor había comenzado su redacción a edad temprana, desde muy principios de su tercera década, o sea, con veintipocos años. ¿No es sorprendente? De una forma doble. Por un lado, el hecho de escribir unas memorias siendo tan joven, lo que fuerza a suponer que serían el equivalente a un diario. Por otro, que una labor tan íntima e ingente se volatilice de inmediato, y encima por injerencias externas. Puedo comprenderlo todo, al fin y al cabo yo estudié Historia, pero no puedo sino lamentarlo; ni su destrucción, ni la falta de anticipación que no es capaz de prever que en algún momento de su futuro inmediato se acabaría arrepintiendo, como resultaba bien fácil predecir. Ahora bien, reescribirlas de nuevo -y dárselas a un abogado para que las custodie, y evitar de ese modo otra tentación destructora- ¿no presenta un tinte sobrehumano, titánico, que uno se resiste a creer? ¡Qué espíritu el de quien tal hiciera! Heinrich Heine, gloria de las letras alemanas.

En el diario inédito Instantes intestinos e inconstantes, entrada de 18 de julio de 1997

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