HITOS DE MI ESCALERA (54)

1998 fue un año que pasará a mi historia, sobre todo por dos cuestiones. De una de ellas, hablaré en el próximo Hito: la compra de mi primer ordenador portátil. A la otra dedicaré estas líneas.

Una vez asentado en mi nuevo piso, y con la intendencia y mobiliario ya resueltos, la cosa que más urgía era acomodar todo a mis necesidades y deseos y, sobre todo, echar a andar. De ese modo, configuré la habitación más pequeña del piso, que presentaba forma heptagonal, para dedicarla en exclusiva a la fotografía. Allí instalé mi laboratorio, todo mi material fotográfico, que crecería mucho en los años siguientes, y también todos los álbumes y demás muestras de mi trabajo precedente, que como no se había iniciado el mundo digital, aún ocupaba lo suyo.

También fue muy relevante este año porque edité, imprimí y encuaderné todos los libros que había escrito hasta ese momento, que ascendía a siete obras, de diverso pelaje, género, interés y calidad. Ahí se incluían tres deleznables volúmenes d e mis inicios, que sólo con mucha generosidad e imaginación se podrían llamar “poesía”, y que se encuadran en los vagidos que todo joven perpetra alguna vez en su vida cuando la soledad acucia en exceso o logra que alguien corresponda con sus sentimientos/deseos en una relación amorosa intensa. Llevan títulos enfáticos: Apuntes reprobables, el primero, con textos de 1985-86; Equilibrio de lo volátil (Sinfonía), de idénticas fechas; y Poemas últimos, con fragmentos (llamarles poemas es una humorada) de entre 1987 y 1991. Luego, venía la recopilación de los artículos publicados entre 1991 y 1992 en El Diario de León, que llevaban por título el mismo que la sección que me fue encomendada, y que ya fue reseñada aquí en otro Hito: El Cubil Demediado. También corregí, edité y puse en limpio dos libros con la mayoría de los cuentos que había producido en esos años, desde aquel infame “Lucen las tinieblas” del año 1980 (del que ya se habló aquí), hasta los relatos producidos en último lugar en 1997. Se trataba de Cuentos previos al inicio (17 relatos, comprendidos entre 1980 y 1992) y de Cuentos avilesinos (43 relatos de entre 1992 y 1997, que habían ido adelgazando su volumen hasta orillarme al microrrelato en el que luego me especializaría). Finalizaba la lista una obra ingenua y pretenciosa que aún adolecía del fantasma adolescente del que aún no me había desprendido por completo. Se titulaba Prosas tristes, arias profanadas, por aquello de jugar con mi apellido y con la obra de Juan Ramón Jiménez, que me había gustado mucho en su momento. Se trataba de prosa poética que reconvertía los textos más rescatables de aquellos “poemas” antedichos y de algunos fragmentos interesantes de mis diarios. Todos los volúmenes, perfectamente maquetados, editados en papel de calidad de buen gramaje, y bien encuadernados, con letras doradas en los lomos. Ya se sabe cómo es esto. Dime de qué presumes, y te diré…

Pero tras la obra ingente que acabo de referir, que me llevó varios meses de ardua tarea de ordenador, se me ocurrió por primera vez en mi vida escribir un libro ex novo. Es decir, yo llevaba escribiendo varios años ya, de forma discontinua e irregular varios textos de diferentes adscripción, además de llevar un diario que llevaba ya varios cientos de páginas de apretada caligrafía. Pero todos los libros habían ido surgiendo a posteriori, es decir, cuando había un número de textos cuya unión algo artificial tendría cierta razón de ser. Pero en el verano de 1998 me decidí a poner en práctica el proyecto del año anterior de un diccionario personal que emulara los de Ambrose Bierce o Gustave Flaubert, donde diera yo puntual cuenta de lo que pensaba de tantas cosas divinas y humanas y sirviera de resumen de mis ideas de aquel final de siglo. Y a ello me puse, del modo metódico que se me reconoce, haciendo las listas previas de las palabras que me pudieran parecer interesantes.

La génesis del proyecto surgió porque en un número de El País de hacía años se había confeccionado un especial de cien palabras, cada una de las cuales se había asignado a una personalidad distinta, y de la que cada cual escribió lo que quiso. Decidí adaptar aquel esquema a mis necesidades, para que quedara constancia de lo que yo pensaba en aquel momento de un buen número de aspectos, circunscritos a palabras concretas. Explicarme, en suma. De un modo algo distinto al que pretendió Montaigne en sus Ensayos. Pero, también, y sobre todo, disponer de un proyecto que me mantuviera atado a la silla y aliviara otra de mis etapas procrastinadoras o simplemente ágrafas en plan creativo.

No iba a ser un diccionario al uso. ¿Quién puede hacer un diccionario, no siendo filólogo, no contando con un equipo, y no llamándose María Moliner? No. Iba a ser lo que entonces ya se llamaba un “diccionario de autor”, donde se exaltara la más rabiosa subjetividad que se pudiera demostrar. Y yo podía exhibir una cuanta, he de aclarar. Mi radicalidad de tiempos pretéritos no había desaparecido del todo, y ésa iba a ser una buena ocasión para demostrarlo.

 Y, sí, la obra llegó a buen puerto por varias razones: 1º, porque el proyecto me interesó, y me interesó porque el objetivo en buena medida era yo; 2º, porque me permitió elaborarlo de una forma fragmentaria, sin estrictas rigideces ni plazos obligatorios; 3º, porque me encantan las palabras y las vueltas que se les puedan dar; y 4º, porque me dio la oportunidad de soltar mucha mala baba que debía llevar cierto tiempo acumulada.

Desde su génesis en junio de 1997, hasta su conclusión definitiva en las navidades del 98, sufrió varias ampliaciones sucesivas que ampliaron mucho la lista primera de vocablos que exprimir. Me fue entusiasmando tanto la tarea, y le cogí tanto gusto, que incorporé varias tandas de voces a las ya previstas, porque me parecía que me quedaba siempre algo que decir, de modo que la obra desbordó en volumen lo previsto. Aun así, que yo me tomara la tarea de coger una decena de palabras diarias, las trabajara y las dejara casi listas para la corrección final, y lo ejecutara con la autoobligación de un autómata, fue lo que me desconcertó, pero también lo que me impulsó todavía más hacia adelante. Eso fue lo nuevo, lo anormal. Yo escribía, y lo hacía con regularidad, conforme un plan establecido, y no había quejas, ni dilaciones, ni procrastinación alguna. Para mí fue una prueba de fuerza. Podía hacerlo. Y lo fui haciendo. Cuando lo terminé, casi no me lo creía.

El número de vocablos recogidos o seleccionados acabó siendo de 1331. No resultó una cantidad prefijada, ni simbólica. Fue la que fue. Imagino que le ocurriría lo mismo a Simone Ortega, a quien le salieron 1069 recetas, guarismo que le debió parecer tan gracioso que lo puso como título. Como todos los diccionarios personales, resulta incompleto, parcial, sesgado, irregular en su calidad, heterogéneo. Además, es hipercrítico, irónico, chorrea mala leche y hace gala de un humor negro de características no muy tolerables en algunos círculos poco dados a la tolerancia y a la risa terapéutica. Si bien es cierto que no pretendí la carcajada fácil ni el aspaviento, sino la sonrisa cómplice e inteligente que se sorprenda ante la asociación de ideas, bien por su novedad, bien por su sinceridad, bien por su desvergüenza. Aunque también, ¿a qué engañarnos?, algo de reacción en contra y polémica, claro está. Y puedo concluir terminar afirmando que me lo pasé divinamente escribiéndolo, y que es un capricho muy mío, cuya utilidad para los demás no sabría definir bien. He tenido defensores muy entregados, y detractores que también llegaron hasta el insulto.

Y, por si alguien lo está pensando, sí, sí: se trata del Palabrerío Canalla que he ido publicando cada tanto, aquí en mi blog, desde hace años, a razón de diez voces por entrada, y que puede revisarse aquí, aunque aún restan varios meses para terminar de exponerlo completo. Y, por si alguien lo está pensando, sí, sí: pensé publicar mi Palabrerío. Y lo intenté, puedo asegurarlo. Dieciséis cartas de rechazo editorial que atesoro en la carpeta correspondiente lo atestiguan sobradamente. Fue mi primera obra consciente, la primera cuya calidad consideré -en su momento- digna de dar a la imprenta, y la primera que me demostró en propia carne lo doloroso que puede ser chocar repetidas veces contra un muro. Aprendí mucho con ella. Por eso la tengo en tan alta estima, aun no siendo ni de lejos mi mejor obra, porque supuso un antes y un después de ella en mi concepción literaria de mis escritos. Y si eso no justificara su protagonismo como uno de los Hitos de mi escalera, ya me diréis qué lo haría.

2 Comentarios

  • Sasy
    Posted 15 de diciembre de 2023 17:53 1Likes

    Sabes? Mientras estaba leyéndote pensaba yo….
    Cuántas horas tiene el día de este hombre? Te digo yo que mi día dura menos que el tuyo o cunde mucho menos!!
    Trabajabas una jornada larga e intensa, escribías, hacías fotos, las revelabas, ordenabas tu vida y tus escritos y aún sacabas tiempo para cuando alguno de tus alumnos te llamaba para tomar algo y pasar un rato agradable ( al
    menos así lo sentía yo cuando nos encontrábamos)
    Cómo coño lo hacías??? Porque a mí no me da la vidaaaa.

    • Eduardo Arias Rábanos
      Posted 15 de diciembre de 2023 19:50 0Likes

      Bueno, tú sabes bien cómo se hace eso. Sólo son precisas dos cosas. Una, querer hacerlo; es la más importante, porque si el deseo es firme, se buscarán los medios para conseguirlo. Y dos, el tiempo necesario. Yo tenía la primera, y me procuré la segunda de dos modos: renunciando al dinero en favor del tiempo haciéndome profesor, y no teniendo hijos. Como ves, parece fácil. Y en realidad lo es. Salvo lo primero, claro. Muaaaaaaaa

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