AMBICIÓN POLÍTICA + CHANTAJE + PERENTORIEDAD = INFAMIA + IGNOMINIA + DESCRÉDITO

Antaño, las traiciones, las felonías, los cambios de bando, se hacían con el mayor sigilo, a la espera de la situación propicia para asestar la puñalada en el momento menos esperado, y el daño para la víctima fuera mayor, y el beneficio para el traidor, el felón o el tránsfuga, fuese el mejor posible. Hoy, las infamias no suceden de repente: tienen tiempo para anunciarse, para infiltrarse en el subconsciente colectivo, para machacar los cerebros durante días, meses y a veces años incluso. La última infamia que finalmente hoy ha sido escenificada y firmada ha tenido tiempo de haber sido debatida, criticada, justificada, escamoteada, dilatada, etc. Hoy a nadie ha pillado con el pie contrario cuando nos comunicaron la indecente noticia. Llevamos bastantes semanas anticipándola.

Hoy, definitivamente, dos personajes han llegado al acuerdo final que llevaban persiguiendo las semanas precedentes. Pese a vestir trajes caros y elegantes, ambos son ejemplo de lo más rastrero que la política puede generar. Uno es un huido de la justicia por haber promovido y liderado el mayor ataque secesionista contra la democracia española. Otro es un presidente del gobierno que quiere seguir siéndolo, pero a quien los números fruto de las últimas elecciones no le han legado del todo. Uno es un estratega del victimismo, y se autointitula exiliado político forzoso. El otro es un fajador de las distancias cortas, tanto como escasas son sus miras, pues el presente es su cuadrilátero perfecto. Ambos carecen de los escrúpulos más elementales con que cualquier persona honrada debería adornarse. Ambos son mercaderes que trafican con estupefacientes distintos, pero ambos conocen bien que el capitalismo político sigue las reglas del sistema decimal. Ambos, igualmente, son inmunes a toda crítica, insulto, amenaza o intento de defenestración. Ambos, por último, se necesitan mutuamente, y han decidido sumar sus respectivas indecencias para lograr sus deseos más inmediatos, lo único que hoy les importa.

Al primero, le interesan muchas cosas; al segundo, sólo una. A priori se trataría de una negociación descompensada, y lo es, pero no por donde imaginamos, sino justo por el otro lado. El segundo sólo necesita un gesto: que siete diputados del primero digan amén cuando se pregunte a todos ellos en el Congreso si están dispuestos a investirle presidente de nuevo. Parece bien poco, pero su necesidad de ella es tan intensa y tan perentoria, que al primero no le importa dilatar un poco más las conversaciones, hasta que todas los puntos que le interesan a él, que son bastantes, van cayendo uno a uno, día a día, hasta que al fin el primero obtuvo todo lo solicitado, y el segundo no tuvo más remedio que dárselo para alcanzar su único deseo: volver a ser presidente del gobierno del reino de España.

El primero, muy contento y ufano desde su refugio europeo, puede exhibir músculo y sonrisa, y enumerar en su idioma materno todas y cada una de las prebendas obtenidas en el regateo previo, las cuales se podrían resumir en pocas palabras, aunque su significado sea descomunal. En primer lugar, eliminación de todas las causas pendientes con la justicia española desde 2012; pero no para él solo, sino para todos aquellos, imputados o no, condenados o no, prófugos o no, que tengan que ver con el proceso independentista promovido, avivado y ejecutado por ellos mismos. En segundo lugar, más competencias que habrán de ser transferidas a su comunidad autónoma. En tercer lugar, condonación de un porcentaje -no menor- de la deuda que dicha comunidad tiene con el Estado español. En cuarto y último lugar, pero no el menos importante, la sensación de haberse salido con la suya habiendo aguantado unos años para ello y de humillar al enemigo ancestral, el mismo al que habrá que derrotar definitivamente para lograr el paraíso anhelado todos estos años.

El segundo, que no estará contento, pero tampoco disgustado pese a todo lo que ha tenido que pagar para conseguir sus deseos, sólo acabará obteniendo dentro de unos días una sola cosa, que para sus ambiciones, es lo único que le importa, y a lo que ha sacrificado todo, valores, palabra, dinero, decencia, etc: alcanzar la presidencia del gobierno español por segunda vez consecutiva, y poder disfrutar de una segunda legislatura con la que seguir mandando.

Si en el día de hoy se pudiera -acaso en un futuro no demasiado lejano- testear lo que opina cada uno de los españoles sobre lo que hoy se ha firmado, podría apostar a que en números reales (sin conversión por ley D’Hont ni zarandajas similares) la inmensísima mayoría diría que lo que hoy se ha acabado firmando es la conclusión de una perfecta infamia realizada entre dos personas carentes de la mínima honestidad. Sin embargo, los números de la democracia -he aquí otra de sus imperfecciones- permitirán que todo esto sea legal. Al menos, en principio, y en apariencia.

Porque, luego, habrá que ver qué opinan los altos tribunales sobre que tan enorme cantidad de delincuentes obtenga la impunidad más absoluta después de comportamientos que fueron muy diversos, desde los muy graves, a los más leves, pero todos tipificados y constitutivos de penas que ahora van a quedar en nada. Será cosa de ver en qué queda el concepto “igualdad de todos ante la ley”, después de esto.

Luego, habrá que ver qué piensan las demás comunidades autónomas de este santo país, sobre que a una de ellas se le perdone una buena cantidad de deuda y a ellos no, y si a lo sucedido ahora no se le llama trato de favor, vulgo prevaricación. Será cosa de ver cómo reacciona cada una de ellas y comprobar cómo queda de dañado el principio básico de solidaridad entre regiones o autonomías.

Luego, habrá que ver cómo reaccionan los partidos políticos que no han conseguido llegar a formar gobierno, y cómo se toman este asunto, y desde qué perspectiva. Será cosa de ver si la convivencia política (sic) no se encabrona más de lo que ya lo está en los últimos tiempos

Luego, habrá que ver qué piensan los propios habitantes de esa comunidad autónoma, tan divididos a su vez, pese a los intentos homogeneizadores llevados a cabo desde su gobierno autonómico. Será cosa de ver también si el problema independentista se aplaca, como aseguran los gurús del pacto, o si se reactiva con más llama y más virulencia.

Y, por último, habría que ver cómo se toma el resto de los españoles esta bajada de pantalones del Estado, personificado en su presidente del gobierno. Será cosa de ver cómo afecta todo esto al autoconcepto que tenemos de nosotros mismos y si ello no deriva en una polarización que genere más violencia continuada.

En todo este proceso negociador han faltado varias cosas: sentido de Estado, utilidad pública altruista, entendimiento  del adversario y decencia. Y han sobrado sus contrarias: presentismo pragmático, egoísta ambición personal, chantaje y falta de escrúpulos.

Hoy finalmente la infamia hilvanada las semanas precedentes ha sido ultimada, y perpetrada la indecencia política más grave de los últimos años. Será cosa de ver -insisto, airado- qué infaustas consecuencias se derivan de ella. Porque beneficios y ventajas serán pocos, o ninguno.

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