Sí, yo creo que sí influyen, y mucho. Y eso, a pesar de que tengo merecida fama de consejero, en ocasiones inoportuno. Pero no son tenidos en cuenta como consejo que seguir por obligación a la hora de actuar, sino como admiración por la coherencia que suelo manifestar, por la validez de mis análisis y como contraste con sus propias visiones del asunto. La mayoría de la gente valora lo que yo digo, lo estima, y a veces hasta me lo dicen. Sin embargo, como es lógico, la mayoría (por no decir todos) hacen lo que les viene en gana, aun sabiendo que no es buena postura y que determinadas personas ven más desde fuera que nosotros mismos desde dentro. Las personas no buscan en realidad consejo, sino que se las escuche, sobre todo si pertenecen al género femenino. Cuando descubrí esto, al comprobar que lo que yo decía era poco más que papel mojado en situaciones de claridad palmaria a mi favor, decidí relajarme y disfrutar, y tomar mis “consejos” como diálogos conmigo mismo para pulir estrategias o  perfilar ideas. Por último, no alcanzo a ver de qué manera podría presentar mis ideas para lograr mayor impacto, porque tampoco lo pretendo. Tengo poca madera de líder, porque mi carácter dominante se ciñe sólo a evitar que me domine. Por otro lado, a quien me interesa arrastrar realmente es únicamente a mí mismo.

Pd/ Los textos que responden a las cuestiones formuladas en El libro de las preguntas de Gregory Stock, fueron elaborados entre 1998 y 1999. Si deseas ver el resto de las entradas de esta serie, pincha aquí