Me agradaría que me recordaran por lo que fui: amigo de mis amigos, leal con mis leales, excelente conversador, sensible a la sensibilidad, alegre la mayoría del tiempo que compartía con los demás, esforzado trabajador en un ideal literario que acaso llegue a vislumbrar, pedante que se reía de su pedantería, radicalmente flexible, solitario con deliciosas conexiones, inteligente, atípicamente anormal y vividor de una vida propia que se fue construyendo de forma voluntaria y no demasiado arriesgada, y que le satisfizo en su mayor parte.

Por lo que respecta a lo que dijeran, no sabría decir, ya que yo no podría escucharlos. Si acaso, haría como el profesor Morris Schwartz, que anticipando el  verdadero problema, celebró unos funerales en vida, invitando a toda la gente que quería y que le expresaba su reciprocidad y donde habló todo el mundo, compartiendo emociones y un grado de calidez muy hermoso. Caso de que optase por esta vía, cada cual podría decir lo que desease, cuando lo desease y del modo que desease, con la mayor sinceridad posible, sin penas excesivas, como una confesión colectiva en la que todos saldríamos beneficiados. De tal forma, yo me enteraría de qué es lo que realmente significaba para un puñado de personas y ellos también sabrían de mis labios esas cosas que de continuo se presuponen, pero que no se pronuncian, y que sería estupendo poder oír.