NI DESTINO, NI GAITAS

Este cartel que figuraba en una pared de una editorial coruñesa, me llamó enseguida la atención, pues plasma de un plumazo lo que pienso al respecto sobre lo que nos pasa a diario. Frente a los papanatas a quienes encanta atribuir lo que nos sucede a unas cuantas causalidades ajenas a uno de las que la vida ya nos ofrece a diario; frente a los irracionales que creen en el destino y niegan el libre albedrío; frente a los irresponsables que nunca asumen las culpas de sus acciones ni las consecuencias de sus decisiones, mi posición es muy otra.

Pienso que si se encaran las situaciones con optimismo inteligente, hasta las mayores desgracias pueden ser creativas, redireccionadoras, reveladoras. Hay que asumir que hay una parte de azar inasible en toda vida, y que la vida se puede torcer en cualquier momento por situaciones de lo más fortuito y ajenas a nosotros. Pero creo firmemente que la mayor parte de lo que obtenemos y nos sucede tiene que ver con el modo en que encaramos las victorias (escasas) y las derrotas (más abundantes, pero más aleccionadoras). Y el modo en que encaro cuanto llega a mí, como reza el cartel, es fundamental para poder entender lo que sigue.

Claro que es más fácil echar las culpas a otras instancias fuera de nuestra responsabilidad; claro que es más sencillo dejar que la vida actúe por nosotros, con poca intervención nuestra; claro que hay que tener más arrestos para vivir así. Pero los beneficios de esta postura, pienso, son infinitos en compensación. Y hablo por propia experiencia. ¿Cómo, si no?

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