LA PERSONAL VITALIDAD DE VÁZQUEZ-FIGUEROA

Había leído antes opiniones de Alberto Vázquez-Figueroa en revistas, periódicos, incluso en algún documental. Sabía cosas de su vida, de modo que lo que ahora buscaba, con el libro que me acabo de leer (Siete vidas y media), era corroborar, falsar, o completar lo ya sabido. Siendo consciente, eso sí, de algo esencial para mí en los últimos tiempos: leyera lo que leyera, no me iba a aburrir. Y no me equivoqué en mis previsiones.

La propia estructura del libro ya dice mucho de lo que este hombre es y ha sido. Cuando le propusieron que escribiera una autobiografía, memorias o algo similar, teniendo en cuenta lo dilatada, variada y aventurera existencia que ha llevado, replicó que le daba mucha pereza ponerse a ello. Pero cuando a instancias del editor se le planteó si aceptaría realizar un recorrido por dicha vida a base de preguntas, como si fuera una larga entrevista, no lo dudó un instante, y entonces dijo que sí, que si estaba continuamente hablando de lo mismo en conversaciones cotidianas, no habría problema ninguno en que lo que tuviera que decir por propia boca se plasmara en forma de libro escrito.

Antes hablaba de corroborar o falsar. Pues bien, todo cuanto se lee corrobora al cien por cien lo que ya sabía. Lo cual indica que, una de dos, o se sabe el guión perfectamente, y siempre dice lo mismo, o en realidad su vida es como él la cuenta (o lo más parecido a como la cuenta). Yo me inclino por la segunda opción, puesto que si algo me gusta de su persona es que no le gustan las medias tintas y le gusta la claridad, la franqueza, aunque pueda doler o ello le acarree disgustos, fracasos, y no pocos enemigos.

Un tipo que puede decir que de las muchas facetas que ha abordado en su larga carrera, la de escribir guiones o dirigir dos películas ha sido de las más penosas, o que de los muchos libros que ha escrito, sólo merecen consideración real media docena, ese tipo es alguien confiable. Su forma de exponerlo, carente de máscaras ni falsas modestias, con contundencia, sin ahorrarse durísimas críticas a los estamentos culturales y a los dirigentes políticos en general, no permite albergar dudas sobre él: ha sido una persona cuyo grado de coherencia es muy superior a la media, que ha hecho casi siempre lo que le ha dado la gana, que ha apostado a muerte en cada empresa que ha creído, que pese a que ha vivido a golpe de impulsos, atesora una buena cantidad de sentido común cuando aborda los problemas, que se ha dado muchos batacazos, pero también, como él mismo dice, ha vivido una vida plena, y eso, ya lo justifica todo a su entender.

Alguien que podría vivir como un maharajá, por lo que sus libros le han reportado en concepto de derechos de autor, pero que vive al día, porque lo que ha ganado lo ha invertido en sus empresas utópicas, pero según él muy reales y realizables, es en el fondo un idealista, a pesar de que la vida le ha producido serios desconchones y grietas en su estructura de pensamiento. Sólo por la insistencia de que ha hecho gala en el tema de las desaladoras reversibles por presión natural, merecería que alguien con algo de dinero le hiciera caso, y ver si tiene, como afirma, la solución a muchos problemas humanos, que si no se resuelven es por los intereses económicos de determinadas empresas. Como él mismo dice: “Si desean saber cuál será el nivel de aceptación de su invento, no se pregunten a quién beneficia; pregúntense a quién perjudica, porque del poder del perjudicado dependerá que salga o no adelante”.

Tal vez no sea el más fino relatando sus andanzas, ni el más humilde mencionando sus virtudes, ni el más austero en sus apetencias, ni el más realista de los mortales en sus propuestas, pero lo que sí que queda bien claro escuchando/leyendo sus palabras en este libro, es que sería una delicia pasarse una tarde o una noche conversando con él o, si me apuran, sólo escuchándole.

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