UN LECTOR DE LIBROS ELECTRÓNICOS

Como tengo pocos vicios, confieso que en ellos suelo gastar algo más de lo que la media o la prudencia aconsejaría. Así, en fotografía, informática, telefonía y biblioteca no suelo escatimar demasiado, pues me gusta disponer de aparatos que proporcionen calidad y, sobre todo, no resten tiempo (en averías, obsolescencias, garantías, mandangas…). Pero es que este año, a mayores, el cuarto rey, que no me falla nunca ante lo que le pido, me ha traído un lector de libros electrónicos, vulgo e-reader, o así. Las dimensiones del artilugio son las que podéis suponer, pero un poco más grande, porque yo cuido mucho mis ojos, ya que no hago lo propio con la espalda y la musculatura general. Lo importante es que se puede sujetar en una mano pequeña como es la mía. Luego tiene todas esas mandangas que hacen del trasto algo muy conectivo, poco fatigoso en la lectura, y tal. Por si alguien quiere más detalles, diré que no me rebajé a cogerlo a los prepotentes amazónicos y su asqueroso, enano y exclusivista quindel, sino que me encomendé a los hados de la marca Kobo, modelo Aura One. Ahí es nada.

El asunto es que el año pasado rocé el récord de lectura de la época pre-internetera, y me dije que por qué no probaba a ver si compartiendo ambos formatos, podía realizar tareas lectoras en más ámbitos y no únicamente en mi sillón lector. El asunto prosigue con que antaño, cuando yo era pirata, di en bajarme miríadas y miríadas de libros electrónicos a los que no había dado uso alguno, salvo el de poder decir que tenía “tantos mil” en tropecientas carpetas, bien clasificadas, eso sí. El asunto concluyó en que seleccioné entre toda la mierda que me había descargado fraudulentamente, y reduje la cosa a 1207 libros que a mí me parecieron supremos, conservables, releíbles y etecé. Y fue entonces cuando caí en la cuenta.

Después de haber introducido en las tripas de ese nuevo disco duro esa cantidad salvaje en el lapso de varios días de proceloso trabajo con el ordenador, comprobé, pasmado, que el lector pesaba lo mismo, ocupaba lo mismo, y sólo me había dado dos o tres dolores de cabeza mientras me ocupaba en la tarea introductora. Vamos, que una cuarta parte de mi biblioteca real, cabía en una superficie de 19’5 cm de largo, por 13’5 cm de ancho y 7 mm de grosor. Me dije ¡manda huevos!, asombréme, demudéme, pasméme y decidíme (a contar esto por escrito). Y es lo que estoy haciendo ahora mismo. Quede, pues, inaugurado el cachivache, que espero que no sólo no reduzca cantidades ni calidades, sino que incremente lugares, momentos, posibilidades, y otros etcéteras, que iré narrando, si la ardua tarea lectora me dejare tiempo para ello. Amén.

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