HITOS DE MI ESCALERA (49)

El 23 de septiembre del 91 dio comienzo una aventura muy curiosa en mi devenir: publiqué durante todo un curso académico, y con periodicidad semanal, una columna en El Diario de León, dentro del suplemento de educación “Aula Magna”, que editaba ese periódico. No llegué a esa fórmula porque mi fama de periodista universitario hubiera trascendido fronteras, ni porque las polémicas generadas por algunos artículos míos publicados en El Mundo del Siglo XXI (1990-91) me sirvieran de aval para que el periódico llamara a mis puertas. Si acabé escribiendo para la prensa local fue por nepotismo puro y duro; dicho de otro modo: dicho suplemento se lo encargaron dirigir a mi entonces amigo Peio García, que para aquella empresa pudo contratar a quienes él quisiera. De ese modo, algunos de los más conspicuos integrantes de quienes habíamos formado parte de la plantilla de la revista universitaria Campus, (v. Hito nº 41) que él también había dirigido, pasamos a formar parte de aquel proyecto, un tanto loco, bastante gamberro, y bastante inusual en prensa tan conservadora como la que representaba dicho diario.

Yo iniciaba mi segundo curso en la ciudad donde residía habitualmente, en un nuevo e interesante instituto, el IES Juan del Enzina, otro buque insignia de la capital leonesa. Al igual que había ocurrido el curso anterior, para mí todo era nuevo, excitante, digno de mi interés y, sobre todo, susceptible de mejoras. Ese curso iniciaba en los cursos de los más pequeños la famosa reforma de la LOGSE, y eso ya me llevaba suficiente tiempo, pero aun así, siempre se podría sacar un par de horas para escribir un artículo, aunque a veces hubo que escarbar en lo más profundo del subconsciente para encontrar un tema del que tirar.

La columna llevaba como título El cubil demediado, y eso ya era una declaración de intenciones. “Cubil” sugería que en su interior habitaba una fiera. “Demediado” era una palabra que, tras leer a Calvino y su Trilogía de los antepasados, me había parecido muy simpática, sobre todo porque, aparte su significado real de «cortar por la mitad», me remitía a las enseñanzas «medias». Pero si a alguien le cabía duda sobre lo que acabarían siendo aquellos artículos, el primero, titulado “De algunas aviesas intenciones”, ya avisaba del carácter personal y crítico con que serían tratados los temas académicos y educativos de los que me iba a encargar.

Al final del curso terminaron saliendo 32 columnas de dos folios escasos cada una, y fueron apareciendo con sorprendente regularidad, salvo por las vacaciones navideñas y de Semana Santa. Y he de decir que aquel escueto y magro conjunto supuso mucho para mí. En primer lugar, porque constituyó mi primera colaboración continuada (y remunerada; a 4.000 pts. por artículo) en un periódico de cierta difusión. En segundo lugar, porque esa tarea a la que me comprometí me supuso una gimnasia y una «rutina» obligatorias que fueron muy beneficiosas para el escritor que ya empezaba a despuntar en mí. En tercer lugar, porque permitió que me creyera capaz de hacer algo que siempre había deseado, pero nunca concretado de un modo seguido ni de una forma efectiva (en ese sentido, hablaría de la primera piedra segura sobre la que basar cierto futuro en esta faceta). En cuarto lugar, por el hecho de haberme permitido desfogar mis inquietudes y malas babas sobre el mundo de la enseñanza secundaria y su alfoz más inmediato, que tras el episodio narrado en el anterior hito, no eran pocas. En quinto lugar, porque supuso el estrechamiento de relaciones con dos personas extraordinarias, pese a mis abundosas diferencias con ambos, Peio y Cheminci (alias Pedro Ángel García y José María Menéndez López), de quienes siempre aprendí mucho, aunque a veces en el sentido de no hacer lo mismo que ellos. Y en sexto lugar, porque (vanitas vanitatis) ello me procuró una cierta popularidad corporativa -en sentido negativo, claro, pues las contra-críticas fueron feroces-, lo cual me encantó, además de engrandecer aún más mi ego.

Ahora no procede repasarlo todo, pero aquellos artículos fueron realizados con mala sangre y verbo envenenado, agresivo, irónico, pedante y artificial, pero con el ansia disimulada del escéptico romántico que aún cree secretamente en la mejora de lo que le rodea, aunque en el fondo sabe que no, o que sí, por ratos. Creo lícito añadir que en mi opinión hay una media docena escasa de artículos espléndidos, que aún me enorgullecen hoy; una veintena que me parecen aceptables, coyunturales y/o prescindibles; y tres o cuatro que son malos de solemnidad. Sin más acotación por el momento.

Puedes ver el resto de los Hitos de mi escalera, aquí

3 Comentarios

  • Emma
    Posted 23 de agosto de 2022 09:27 1Likes

    ¡Qué suerte! Y qué oportunidad tan estupenda para ponerse a prueba. Siempre he admirado a quienes tienen la fuerza de voluntad y la disciplina para acometer la tarea de escribir una columna semanal sobre cualquier tema. Por esos 32 artículos, ya tienes mi admiración.
    Eso sí, me gustaría leer un par. Uno de los buenos y otro “malo de solemnidad”. Por comparar. Y por saber qué es lo que tú consideras “malo de solemnidad”. También por conocer un poco al joven profesor de Secundaria y su visión sobre la enseñanza y Educación, en los lejanos noventa.
    Por puritita curiosidad, ¿eh? 😉

    • Eduardo Arias Rábanos
      Posted 23 de agosto de 2022 17:36 1Likes

      Suerte tuve, sí, al menos en la designación para ejercer la tarea. Ahora, lo que vino a continuación me puso a prueba muchas veces, ya que ese ritmo de trabajo no se acomodaba ni a mis intereses ni a mis gustos. Y en varias ocasiones, no supe de qué escribir hasta un par de horas antes de la entrega semanal, que se hacía los lunes. Menos mal que yo, lector habitual de diarios y memorias ya sabía que no era un problema raro, sino común a todos los que tenían una tarea que debía entregarse con regularidad. Mismamente, nuestra querida Rosa Montero lo ha comentado en más de una ocasión.

    • Eduardo Arias Rábanos
      Posted 23 de agosto de 2022 17:36 1Likes

      Cuanto a lo de leer algunos artículos, ya sabes que no tendrás problema en ello. Lo malo será saber cuáles eran los buenos, y los malos y los regulares. Esa estadística que apunté ahí se basa en una entrada de mi diario de entonces, que sí tenía frescos los contenidos. Ahora, lo de ver en qué se diferenciaba el reciente profesor de secundaria del que has ido conociendo después… No sé. En pedagogía, pocas diferencias. En malas babas, rencores y ganas de follón, seguro que muchas.

      Gracias por tu generoso comentario

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