DEL SEÑOR TRAPIELLO Y SUS DIARIOS

Lleva uno transitando, poco a poco, con morosidad de subrayador altisonante, por las reflexiones que Andrés Trapiello ofrece en El escritor de diarios, una inteligente y sesgada visión que sobre este mundo puede darse. Varios días llevo sumergido en ideas, reflexiones, frases, sorpresas, boutades, subjetivismos. La impresión general es más que buena, pero a uno le gustaría sentarse con él a comer en un restaurante tranquilo, hablar de las generalidades y, luego, invitarle a mi salón, que no es de pasos perdidos, como el suyo, tomar unos aguardientes estimulantes y enfrentar lo que quedase de tarde y de noche, acaso de madrugada (como con mi prima Susana, si las circunstancias fuesen propicias) y afrontar un poco más en corto algunas particularidades que me producen resquemor, disconformidad, sorpresa, entusiasmo, rechazo. Podría ser algo estupendo, aunque me encanta imaginarlo sabiendo al mismo tiempo de su futilidad, de su utopía. Extraño sería el caso en que un escritor parase su movimiento para tratar con la lengua lo que de corrido y casi a diario realiza con la mano. Pero, en cualquier caso, me gusta fantasear. No obstante, habré de consolarme con la colección de subrayados y escolios con que adorno esta edición, plagada de erratas, por cierto. Es la única posibilidad que el lector adquiere para ejercer su legítimo derecho al diálogo con quien escribe, su natural tendencia al contraste de pareceres, su humana inclinación a la polémica, a la controversia, al contraste de pareceres, o a la discusión sin más. Aunque muchas ocasiones la disidencia no tiene más origen que un desajuste semántico o una visceralidad no domeñada, porque en el fondo todos los solitarios, escritores y lectores solemos estar de acuerdo en casi todo, aunque se arrojen objeciones para hacer notar que allí no se encuentra un vacío, sino un interlocutor.
Yo andaba circulando por su libro, ya concluyéndolo, buceando la parte final, donde en cincuenta páginas nos muestra una pequeña antología de esos 6 volúmenes que hasta la fecha han aparecido en los últimos años. Y, de pronto, la frase que hace restallar los resortes, y toda la tranquilidad o el bienestar se evaporen por entre tanta frase interesante pero de tono monocorde y monótono incluso. Leo esto:
≪Siento en el alma el fierro de tres flechas que no sueltan su presa: la flecha de la obra perfecta, la flecha de la inutilidad de toda obra, sea perfecta o imperfecta, y la flecha de la desesperanza en hacer algún día algo que, al menos un instante, fuese completo≫
No se puede ser más preciso con una concisión tan preñada de escritura buena. Yo leí esto, me quedé unos instantes suspenso, puse la mirada en blanco, dejé de leer, aparté el atril con el libro, y me puse a transcribir la frase. Se conoce que algo más me hurgaba las entretelas, porque ese espacio introductorio que acabo de escribir no estaba previsto.
Acabo el libro de Trapiello, casi enfadado por la insistencia retórica en algo que ni él mismo se cree, y por determinados juicios de valor que parecen más efectistas que honrados, y más rebuscados que sinceros o espontáneos.
Algo que me ha terminado encabronando es su continua repetición de que él no escribiría diarios si sólo se redujese a hablar de él mismo; que un diario precisa de los demás, más que de uno, que apenas sirve. Joder, venga a decir lo mismo y, sin embargo, no deja de hablar de sí, con sus juicios, con su apariencia de un yo deplorable que no se tiene en cuenta, alguien a quien le habría gustado fracasar como Pessoa, pero no puede, porque lo cierto es que su vena vanidosa, vicaria y mendicante de un reconocimiento público que está bien claro al dar toda esa porción de palabras anualmente a la imprenta, al público. No sé por qué causa insiste tanto en ello. Parece poseído de una cruzada dialéctica en la que debiera lograr que todo el mundo escriba diarios conforme unas reglas canónicas que aboquen a la ficción, que es lo que en realidad le gusta. Él mismo confiesa que si pudiera escribir una novela no se dedicaría a un diario. Pues bien, si éste le procura tanto lenitivo personal, lo menos que puede hacer es reconocer que si hay un género sin reglas establecidas, ése es el del diario, y que si hay un mundo en el cual impere el yo por sobre todo y sobre todos, ése es el del diario. Porque precisamente para eso se toma uno la tarea de escribirlo en principio, para que sea útil a uno mismo y con la calidad que buenamente quepa darle. Pero desde un punto de vista subjetivo por completo en el que el solipsismo que tanto deplora puede ofrecer páginas exquisitas que no hagan huir a un posible lector. Al menos, si ese lector es como yo.
Por otro lado, muchos de sus juicios, esparcidos por todo el volumen con gran profusión, son tan rotundos, tan críticos, tan despreciativos, que hacen pensar en alguien tan poseído de sí mismo, que se ama tanto, que más adelante, cuando se lee que él mismo no se considera nadie, que nunca le pasa nada, que él no es importante, cuando advierto la contradicción flagrante, me dan ganas de partirle la cara a hostias.
No me parece coherente el sr. Trapiello, no señor, aunque su escritura posea muchos quilates y sea de una gran belleza en varios momentos, y brillante otros, sobre todo, cuando alcanza a explicar sensaciones o estados por comparaciones muy bien elegidas, y hasta sorprendentes y hasta bellas. Una cosa no debe sustraer la otra. Pienso yo.
Del diario Escorzos de penumbra, entrada del 21-I-1999

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