UN CLÁSICO FLOJITO: “CUANDO HITLER ROBÓ EL CONEJO ROSA”, DE JUDITH KERR

cuando hitler robó el conejo rosa. judith kerr - Comprar Libros de ...Confieso haber comprado el libro en un mercadillo, hace más de 20 años, por la fama que lo precedía; e intuí que algún día iba a leerlo (siempre pienso eso de todos los libros, aunque sé que no los leo todos, ni aun queriendo). Pero así fue: lo acabé esta mañana. No imaginé que fuera tanto tiempo después, tras haber aparecido por sorpresa en mi procelosa mudanza, y decidir que no lo regalaba, sino que lo leería en breve. Pero tampoco preví, dado el prestigio de la obra, que me fuera a dejar un sabor de boca algo difuso y tan poco intenso.

La historia de esta novela infantil y juvenil publicada por Alfaguara, tiene que ver con la de tantos judíos alemanes, que tras el ascenso de Hitler al poder, presintieron con gran inteligencia lo que iba a suceder, y pudieron escapar a tiempo de las atrocidades que el famoso energúmeno procuró al mundo. Es la historia del traslado de la familia de Anna, la niña protagonista, desde 1933, cuando aún tiene nueve años, primero a Zúrich, luego a París, concluyendo la obra cuando por fin llegan definitivamente a Londres. La novela tiene mucho de autobiográfica, incluyendo la fama y ocupación del padre de la autora -Alfred Kerr, escritor famoso en la Alemania de entreguerras.

Hay partes interesantes y aprovechables, desde luego. Comenzando con el retrato de una realidad crudísima, que es hábilmente tamizada por la inocencia relativa de Anna y su hermano Max, algo mayor que ella, más atentos a su propia evolución personal, que a los avatares político-sociales de esa época. De igual modo, su prosa -al menos en la traducción- transcurre con gran calidad natural y sin sobresaltos. Se lee con fluidez, rápidamente, pues abunda en diálogos, como es habitual en obras dirigidas a un público joven. A pesar del drama que se muestra -el desarraigo continuo del exilio, de la huida, la pobreza creciente en plena época de la Depresión-, se hace hincapié en lo positivo: la educación en idiomas en diferentes medios, conociendo nuevas familias y otras realidades, ninguna de las cuales les ocasiona graves conflictos, salvo el aspecto económico. Pero como dice la protagonista en alguna ocasión, no tiene la conciencia de que esté pasando una infancia difícil, pues “todos estamos juntos”. La relación entre ellos es normal, sin enfrentamientos notables, y predomina siempre el sentido común, a pesar del escaso sentido práctico del padre, más intelectual e idealista.

Pero a la obra le falta gancho, garra, acción, conflictos, algo que la haga avanzar. En mi caso (hay que tener en cuenta que la está leyendo un sexagenario reciente), avanzaba las páginas esperando que sucediera algo que supusiera un obstáculo que superar (más allá de la obvia situación de la familia, me refiero), pero esto no sucede nunca, por lo que acaba uno con cierta frustración ante lo-por-venir no-llegado. Todo transcurre con una placidez muelle, sin los conflictos típicos en estas edades y todo parece acabar siempre bien, por lo que el realismo queda un tanto diluido. No hay enemigos, no hay personajes especialmente desagradables, y los que hay tienen poco peso. Los únicos picos de tensión más graves aparecen cuando Anna siente que no avanza con suficiente velocidad en su aprendizaje del francés, o cuando ante la visita de la abuela materna, el padre no aparece, porque se llevan mal. Podría apuntar también que su título es uno de sus atractivos, para acto seguido contraponer que también resulta frustrante, porque dicho conejo rosa es más un McGuffin que algo esencial en el devenir de la trama.

No digo que perdiera el tiempo, pero casi, leyéndolo. Y creo que aunque hubiera tenido quince años cuando la pudiera haber leído, habría opinado con seguridad algo similar. dado que por aquellos años mi editorial favorita no era Alfaguara Juvenil ni siquiera mi antaño adorada Bruguera, sino Losada y Alianza. En aquella adolescencia tan anormal y atípica que protagonicé, Roald Dahl, Maria Gripe y Christine Nöstlinger aún no existían; en cambio, Albert Camus, Jean-Paul Sartre y Friedrich Nietzsche eran mis autores de cabecera; y con eso queda todo dicho.

De modo que esta obrita, acaso sea un clásico, pero yo no le puedo otorgar esa categoría. Y si se la seguimos adjudicando, habría de añadírsele el calificativo de “flojito” que reza en el título de esta entrada.

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