ENVIDIA

La envidia, contrariamente a lo que la mayoría piensa, no es querer hacer o tener algo que los demás sí hacen o tienen, y uno no. Esa es la acepción que se va imponiendo, por malos usos, como pasa siempre con las palabras. Pero la envidia primigenia no es eso, sino “el pesar por el bien ajeno”. Es decir, sentirse mal porque otra persona disfrute, le vaya bien o consiga lo que se proponga.

Introducido el concepto, puede contemplarse esta imagen, captada en los jardines parisinos de Las Tullerías. Dos chicas jóvenes se encuentran  en el borde del paseo de tierra que bordea una zona de verde acordonada, que no se puede pisar (los pies de la que está más próxima al objetivo están apoyados, de hecho, en la cinta que delimita esa zona de césped). Lo que me llamó la atención no fue lo que luego comentaré, sino ver a dos jovencitas casi adolescentes ¡leyendo! Contemplar una escena con esos ingredientes ya es para mí un motivo de gozo, y siempre suelo capturar alguna imagen que lo atestigüe para la eternidad. De modo que les tiré unas cuantas fotos, aprovechando el zoom y que estaban de lo más tranquilas. Allí se encontraban, sentadas, leyendo, sin levantar la cabeza del libro que tenían en las manos más que para mirar a veces la zona ajardinada, y volver la atención a la línea que habían dejado marcada con el dedo.

Cuando hago este tipo de tomas, las primeras suelen ser un desastre, porque priorizo la escena o lo que está sucediendo sobre los otros elementos como la luz o la composición. Pero si el objeto de mi atención no se mueve mucho, luego ya busco una mejor iluminación o un encuadre más favorecedor o artístico, si se puede, que no siempre se da el caso. En esta ocasión, ya en casa, cuando revisaba la tanda, me di cuenta de que en tres de esas fotos la chica del fondo había levantado la cabeza de la lectura, y había dirigido su atención a su compañera, amiga, novia, prima o lo que fuera. En las tres el gesto era similar (porque suelo disparar en ráfaga). Y lo que comprobé cuando me fijé más, fue que en esa mirada había un asomo de envidia. Alguien podrá decirme que me invento todo, y puede que tenga razón. Pero yo en esa expresión de mirar de soslayo -casi de reojo- y con la cabeza baja, yo veo envidia. Y es algo sorprendente, porque ambas se encontraban de lo más plácidamente arrellanadas en los asientos metálicos de la zona. ¿Qué pudo suscitar la envidia  momentánea de la chica con el pañuelo rojo? ¿Una mayor desinhibición, que deja unas piernas al descubierto? ¿Una relajación completa y su laxitud correspondiente? ¿Un libro de autoría o temática más interesante? ¿Una ausencia de problemas que nos agobien? ¿Un nivel más acusado de concentración? ¿Que el otro libro tiene ilustraciones y el propio no? Jamás lo sabremos. Pero a la chica del pañuelo rojo no le gusta algo del disfrute de la otra. Eso me parece muy claro. Y es por ello que en ese instante, que debería ser de placidez absoluta (juventud, amistad, relajación, lectura, París, etc.), algo del disfrute de una nubló el disfrute de la otra. Y cuando vi las imágenes no pude por menos de decirme lo que digo siempre en esas situaciones: “¡Qué pena!, ¿no?”.

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