8. Juzgar es lo peor de la profesión docente. Con diferencia. Determinar si alguien es apto o no, si debe pasar o no, si es mejor que repita o no, si ha de ser reprimido o no, si conviene la flexibilidad o la dureza. En esas decisiones se va buena mayor parte de la energía de los maestros y profesores. Y es lo peor, insisto. Pero va en el sueldo. No se puede negociar. Hay que pechar con ello
9. Las coordinaciones con los demás docentes pueden resultar útiles, pero a fuer de ser sinceros, debemos asumir que la mayoría no sirven absolutamente para nada, pues cada quien hace de su capa un sayo, ya que si hay una profesión que peca de individualista es justo ésta. Es preferible tener claras cinco o seis ideas, que esperar a que de una coordinación pedagógica (sic) salga algo viable; aunque algún milagro sucede de cuando en vez
10. Si no dominas la palabra, no puedes enseñar bien. El profesor debe ser un experto en retórica y en oratoria, con la mente suficientemente ágil como para reaccionar ante cualquier eventualidad. La palabra, suficientemente audible, con la adecuada graduación variable en tono, intensidad y calidez, es un instrumento que, aliado con una simple tiza, puede construir un universo… o transparentar al inútil que llevamos dentro y que intentamos ocultar de continuo
11. De igual modo, si pretendes enseñar hoy perorando en clase, con la única ayuda de los libros, no sabes lo que es enseñar. Si no se está inmerso en el mundo presente, no se puede transmitir bien. Las tecnologías telemáticas y audiovisuales modernas son una ayuda de la que no se puede prescindir, so pena de perderse una cantidad de oportunidades apabullante; aunque tampoco hay que caer en la novedad por la novedad, porque las esencias de la enseñanza cambian poco
12. No es obligatorio querer a los alumnos. Pero si no se estableces una relación de afecto sincero por ellos, tu enseñanza está abocada a ser una relación funcionarial que nacerá muerta antes de poder desarrollar su potencial. Sin afecto real, no se puede enseñar (como mucho, se transmitirán conocimientos; y no demasiados). Tienes que querer a quien pretendas enseñar. El grado ha de ser variable, según tu temperamento, pero deberá ser suficiente para que exista vínculo emocional, sin el que el aprendizaje -es triste admitirlo-, no se produce
13. Puedes llegar a pensar que te metes en esto de la enseñanza para enseñar, y que la educación es para los demás. Pero si crees que ser profesor consiste sólo en transmitir conocimientos, realizarás tu papel de un modo incompleto. El enseñante no sólo enseña, también educa. Y eso, se quiera o no, es así. De modo que el enseñante debe ser también un modelo moral a seguir. Y si uno no puedes servir de ejemplo, has equivocado la profesión
14. Una de las cualidades de los profesores más reconocidas y demandadas entre los alumnos, es la coherencia y la estabilidad. Es decir, que no se puede andar basculando de acción o de pensamiento de un día para otro. Los alumnos deben saber a qué atenerse con la persona que tienen delante. Y enseguida. Cuanto antes lo sepan, mejor. Debes pensar de un modo reconocible; responder ante las mismas acciones con las mismas reacciones. Si no, no sabrán cómo actuar. Si no, no tendrán claro el referente (¡sí, somos uno de sus referentes, aunque no lo admitan!). Recordar siempre: debemos servirles de modelo. Incluso en lo malo, para que puedan mejorarse ellos sobre ti haciendo lo contrario
(Continuará)