BIDODECÁLOGO DEL BUEN DOCENTE (I)

  1. Te tiene que gustar enseñar a alguien -quien sea, donde sea- lo que hayas aprendido a lo largo de tu vida. Si no sientes satisfacción egoísta en la acción de enseñar -que implica una conciencia de superioridad sobre el que no sabe-, lo harás tan mal como si careces de la bondad que implica ilustrar al ignorante -que implica un altruismo edificante en lo más profundo-
  2. Puedes saber muchísimo. Puedes poseer la mayor erudición que te quepa imaginar. Si no logras el orden público suficiente en tu aula, dará igual cuanto sepas: no conseguirás transmitir ni los conocimientos, ni el amor por los mismos. Primero, una cosa; luego, la otra. Conseguir el orden público se logra de muchos modos, no sólo reprimiendo como piensan algunos; aunque a veces haya que hacerlo
  3. Tienes que creerte de un modo absoluto aquello que enseñas. Si finges, te acabarán descubriendo tarde o temprano. Puedes simularlo un día. No muchas clases. Mucho menos, un curso entero.
  4. El primero que debe quedar satisfecho al acabar la clase eres tú. De ese modo, se asegura que un porcentaje -variable- de alumnos habrá aprovechado la clase. Si no sales contento tú, nadie o casi nadie la habrá aprovechado de forma efectiva. De nuevo, el egoísmo; para recalar en el altruismo
  5. El carácter debe ser la primera cualidad de un docente. No su currículum ni su preparación, que son necesarias, pero no suficientes. Es la personalidad constante, segura y no voluble del profesor lo que mueve al alumnado a creer lo que dice y a seguir las actividades que promueve
  6. El entusiasmo indesmayable, debe ser la segunda. Sin pasión, se transmite con dificultad. Sin pasión, no se hallará quien quiera emularnos. Sin pasión en lo que digamos, y en cómo lo hagamos, no transmitiremos ni seguridad ni -peor aún- credibilidad
  7. La paciencia debe ser la tercera. Debes entender que un aula está llena de cerebros con velocidades de procesamiento muy distintas. No hay que dejar de explicar nunca, siempre que haya pregunta previa de un alumno. Y si no lo entiende, se vuelve a explicar. El temario queda supeditado a la curiosidad de quien está aprendiendo. Se vuelve a explicar, insisto. Pero para poder hacerlo a ese nivel de sencillez (no de simplicidad), el profesor ha de sabérselo muy bien. Y eso sólo se consigue cuando se ha trabajado la asignatura durante varios años, y cuando se ha estrellado uno en muchas ocasiones con algunos conceptos, que a veces tardan en ser asimilados incluso por el mismo docente. Para enseñar bien, antes ha habido que aprender bien

(Continuará)

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