LA MANDANGA DEL BLACFRAIDEI ESE

A muchos les encanta que les timen cada cierto tiempo; y a otros muchos, aunque no les gusta que les engañen, les estimula en demasía su propia ambición y el embeleco de engañar a su vez al otro. Gracias a esa necesidad, los timadores suelen campar a sus anchas desde que el mundo es mundo. Del mismo modo, a muchos les encanta adquirir productos aunque no se disponga de dinero suficiente para ello, por eso lo compran a crédito, sin entender que de ese modo se pagará una cantidad mayor que la original, y sin saber muchas veces si se dispondrá de la posibilidad de devolverlo. Gracias a ese comportamiento tan poco lógico el capitalismo, y sobre todo los bancos, ha progresado con paso firme, anulando otras formas de economía alternativas.

Obligado en su necesaria huida hacia adelante, el capitalismo inventa (mejor, recrea) formas (antiguas) con las que estimular lo único que le permite mantenerse en movimiento sin caerse: las compras permanentes y constantes de los consumidores. Y entre esas triquiñuelas se encuentra la mandanga del blacfridei, sacado del magín (¡cómo no!) de avispados empresarios estadounidenses, y exportado con golosa excitación hacia los demás países del orbe, que gustan de imitar los comportamientos yanquis en todo aquello que tenga que ver con los fastos (y también con los gastos, por supuesto; que aquéllos no se sostienen sin el concurso de éstos).

El éxito de iniciativas como ésta dice tanto de los humanos como de los sistemas educativos, que no preparan precisamente para que pensemos con claridad ante situaciones de tan global manipulación. Eso sí, los menos afectados por dicho control son precisamente quienes incurren en él, satisfechos de gastar sin tasa, convencidos de que hacen el negocio de sus vidas, o, cuando menos, ahorran un puñado de euros, mientras los gastan. Por contra, los que aparentemente evidenciamos mayor lucidez, somos (¡brillante paradoja!) quienes más pesar manifestamos ante prácticas de este calibre. Lo cual demuestra que además de la manipulación a que se somete al potencial comprador, además de los pingües dividendos que les ayudamos a ingresar, logran en quienes aceptan el reto una narcotización digna de los opiáceos más eficaces. Pero todo sea por el subidón de adrenalina que se obtiene al comprar algo, lo que sea, aunque no se necesite, y las cuentas corrientes queden tiritando, justo un mes antes de la mayor época consumista del año, que será el siguiente asalto de esta cadena sin final.

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