SOMOS LO QUE HACEMOS (Y LO DEMÁS, SON TONTERÍAS)

En mi último viaje a Lisboa (¡casi 12 años ya!) capté a uno de los omnipresentes tranvías, signo de identidad de una ciudad que hace de lo antiguo una marca personal. Este medio de transporte tiene un aura de pasado que en este caso concreto a mí no me entusiasma, pero que me gusta ver de vez en cuando. Pues bien, todos ellos llevan publicidad en su exterior, que lo antiguo no va reñido con la rentabilidad moderna. No es un tema que llame mucho la atención, salvo en algunos casos en que el contraste es supremo. Pero en este que aquí se muestra, hay sólo una frase, y ella concentra un mensaje que es lo que me movió a capturarlo en repetidas ocasiones.

«Só existimos nos días que fazemos. Nos días en que não fazemos, apenas duramos». Al parecer, fue pronunciada por el homenajeado en dicha campaña, el padre António Vieira, un misionero jesuita que desarrolló su labor principalmente en Brasil en el XVII. Sólo existimos en los días que hacemos [algo]. En los días en que no hacemos [nada] apenas duramos [transcurrimos]. He añadido entre corchetes lo que omite la concisión del aforismo. Parece innecesario y una falta del respeto por quien esto lea. Pero sólo en apariencia. En realidad, hay mucha más enjundia en la frase de lo que se ve a primera lectura.

Por sus frutos [hechos] los conoceréis, nos comunicó el evangelista Mateo. Y, sí, mucho más que por sus palabras, que suelen ser ladinas y enmascaradoras de lo que deben significar de verdad. Además, hablar, escribir, dictar, suele ser muy sencillo. Quienes tenemos el don de la palabra lo sabemos bien. Lo difícil es hacer, construir, crear. Por eso, cada día va a haber una dosis de transcurso biológico inevitable, pero si a eso no se le añade algo nuevo, material o inmaterial, algo que dé la sensación de que se ha producido [vivido] un poquito más, que el mundo próximo es un poco más habitable, o que no hemos añadido ninguna línea al “poderoso drama” de nuestra existencia, esa jornada habrá sido meramente biológica, consecuencia de la pura inercia, donde no hemos aportado nada.

Para mí un día que no haya leído algo que incorporar a mi peculio mental; un día sin escribir al menos una línea aprovechable; sin haber editado una foto siquiera, o como poco clasificar un poco más mi aparentemente ordenado cosmos de imágenes para que el caos siempre acechante no me invada; o que no haya habido al menos una conversación que permita conocer más a alguien y disfrutarlo/a con mayor amplitud; si eso sucede, es un día, como digo yo “biológico”, de transcurso, de supervivencia (que es tarea automática inercial), no de vivencia (que supone voluntad de cambio y ampliación y creación). A mí esos días me queman. Y aunque soy consciente de mis neuras excesivas, ¿qué queréis? Cada vez me queda menos. Así que mejorar, mejorar, no creo que lo haga. ¿Cómo no voy a estar de acuerdo con el sabio portugués? Aun siendo jesuita. O, precisamente, por eso mismo.

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