3.000 FOTOS. BALANCEANDO EL FRACASO

La cantidad es lo de menos. Podrían ser mil más, mil menos. Es sólo un motivo más de reflexión. La excusa. El pretexto. Hago fotos. Escribo. Pero hago muchas más fotos que páginas escribo. Y la mente acaba resintiéndose. Y el orgullo. Y las expectativas y los proyectos.

Cuando uno inicia algo, fantasea con lo que se ansía lograr, sin comprender en modo alguno que tiempo después nada de lo soñado habrá tenido lugar, y sí muchas otras situaciones, no necesariamente peores. Lo que resulta seguro es que una andadura es un pretexto, una excusa; para andar, que es lo único que nos redime.

Uno anda. Camina. Respira. Vive. A su modo. Del modo que sabe. Pero ese modo siempre se muestra insuficiente. Desde fuera se ve desde otro punto de vista, pero desde dentro nunca es bastante. Conozco muchas personas que admiran el hecho de que haya llegado hasta aquí sin muestras ostensibles de cansancio o hartazgo. Y sin embargo, para mí es poco, casi nada. Comprobar que la única muestra de diferencia con respecto a los demás es la constancia, resulta un escaso rédito, si se tiene la honradez de encarar el balance de todo este tiempo pasado. Es un magro botín. Una pírrica victoria. Pero ¿victoria al fin? La respuesta nunca es satisfactoria, aunque la sensación siempre conduce a saborear un regusto amargo de fracaso.

Han pasado varios días desde que el guarismo 3.000 apareció en la cabecera de mi galería de Flickr. Como unas cuantas de ellas no son exactamente fotos, fui demorando la creación de este escrito que diera cuenta del balance, del aparente éxito. Lo cierto es que lo iba demorando porque conozco bien la realidad en la que vivo inmerso. Y esa realidad no me deja en buen lugar, he de admitirlo. Pero en algún momento hay que afrontarla. Hoy, pues, me he dicho que ya valía, que era tiempo de ser honesto, de reconocer lo que yo entiendo como el resultado fallido de un proyecto.

Bien es verdad que era un proyecto muy ambicioso, por desconocimiento de la materia prima del protagonista. Vivir es conocerse. Y mientras uno se va conociendo, va viviendo, con mayor o mejor fortuna, con mayor o mejor sensación de autoengaño. Porque siempre nos engañamos. Sólo de ese modo, podemos continuar adelante, avanzar por la línea de tiempo que hemos ido diseñando para nuestra existencia. Pero, está claro, uno no se conoce sino después de haber vivido, experimentado, realizado la propia trayectoria. Lo previo son sólo sueños, metas, quimeras.

Como resulta fácil de adivinar, no he visto las 3.000 imágenes para la retrospectiva. No me hace falta. Sé bien cuáles son los rasgos que las caracterizan, sin individualizarlas. No es preciso ver tantos cientos de ellas para saber de primera mano cuáles son las carencias más notables. Todo eso uno ya lo sabe. Y, pese a todo, prosigo por la misma senda, sin acabar de entender que, a iguales acciones, se siguen iguales resultados.

Y, bueno, sí. Si miro fotos de 2007 y las que hago hoy, capto las diferencias. Mis variados problemas visuales no llegan a ese nivel. Soy consciente de la evolución y de la mejoría. Pero también de sus límites, de su falta de individualidad, de su indiferenciada autoría. Si a la mayoría de mis imágenes se les pusiera otro nombre debajo, ¿cambiaría algo? ¿Se notaría? Tristemente, he de concluir que no. Cada uno de mis diez bloques temáticos ¿ha producido alguna obra maestra, memorable? No digo que no tenga fotografías buenas, que no haya tenido mis momentos de éxtasis, que no haya visto otras realidades a su través. Pero, insisto, ¿alguien podría decir que son mías? ¿Las distinguiría de las de otro autor, a igualdad técnica y similar perseverancia? Tristemente, he de concluir que no.

De modo que tampoco en esto puedo destacar. Hace años comprobé que mis petulancias juveniles se estrellaban con un hecho incontrovertible: mi nombre no revolucionaría la historia de la Literatura. Hoy, traspasada de largo la línea divisoria de mi vida, compruebo, entre dolido e indiferente, que tampoco la historia de la Fotografía me contará entre sus revulsivos del siglo XXI.

¿Me convierte eso en un fracasado? Es posible. No se descarta. Seguir por la misma vía, insensible al desaliento ¿me convierte en un suicida que huye hacia adelante porque le horroriza el yermo sobre el que ha transitado más de medio siglo? Tampoco lo dejamos como imposible. No obstante, la respuesta no será determinante. Aunque ésta resolviera todo del modo más negativo, no contemplo la alternativa. No hay droga más dura que vivir del único modo que se sabe. Y no pienso curarme de mi adicción.

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