PRISAS POR EL ATAJO

No sabemos cuál es. Desconocemos el camino con el que compara. No podemos opinar. Esto no es una pintada, sino que se halla en una pared -desconchada sí-, pero las letras son azulejos con cada una de ellas individualizada. El autor de este mensaje (o autora, quién sabe) tiene claro que ha logrado una forma de llegar antes. Tampoco sabemos a dónde. Ni el origen del recorrido, ni su destino final. Presumimos, también, la alegría que le embarga. Porque si no hubiera alborozo, tampoco cabría interés alguno en comunicarlo. Ese ahorro en tiempo es, según su creador, una buena noticia. Y tan permanente, que hasta considera perentorio proclamarlo sin pudor, y de un modo duradero. Aunque la pared donde se ubique no hable bien de la propiedad, ni de su limpieza, ni de lo estable de su estructura. Pero ahí queda. En cualquier caso, el atajo se asocia a ahorro de tiempo y de esfuerzo a la hora de llegar a algún punto o momento concretos. Y es aquí cuando, uno puede torcer el gesto, desaprobando esas prisas porque, rememorando, se nos aparece de nuevo el Principito, diciéndonos que él, si dispusiera de cinco minutos más, los ocuparía caminando tranquilamente hasta una fuente. Sin atajos, ni ahorros, ni prisas.

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