VIAJAR EN GRUPO

Es bien sabido que viajando es como mejor y más rápido se conoce a las personas. Uno, que lleva algunos kilómetros a cuestas, sabe algo del tema, y cuando ve a los turistas o a los viajeros, puede llegar a deducir algo sobre cómo viaja la gente.

Pongamos por ejemplo esta imagen, tomada desde lo alto de un monumento arqueológico hacia la calle. En ella, un grupo de ocho jóvenes treintañeros se hallan arracimados ante la puerta del museo. Parece que debaten, que negocian lo que va a suceder a continuación. Pero enseguida captamos que quienes disponen de información es sólo la mitad de ellos; pero de esos cuatro sólo tres parecen con la disposición adecuada para elegir con tino, porque la chica de gafas que también dispone de un plano turístico parece resignarse a que quienes van a decidir sean los otros tres. De éstos, dos portan el mismo plano y uno un móvil. Se supone que están valorando las posibilidades de entrar, o el orden en que verán los monumentos. Se supone que son los que tienen más claro qué es lo que no hay que dejar de ver bajo ningún concepto, y los que tienen un interés más activo. Habría que discutir cuál de los dos procedimientos sería más rápido o completo, si el del plano o el del móvil; pero, en cualquier caso, estos tres están dirimiendo la cuestión. El lenguaje corporal no engaña, y aquí la chica que sostiene el plano y el chico del móvil son quienes ofrecerán al grupo las dos alternativas sobre las que elegir. Porque siempre habrá más de una posibilidad de hacer algo, siempre habrá grupos de poder que quieran imponerse a los demás, y siempre habrá posibilidades de discutir, incluso de forma agresiva, para imponer la propia vía.

Por contra, el resto de los compañeros, sabedores de que no pueden competir con esos líderes en la propuesta de un plan, aguardan más tranquilos y pasivos a que les sean planteadas las opciones, y sólo entonces decantarse a uno u otro lado. Sus brazos cruzados denotan respeto, resignación, acaso menor interés –aunque no necesariamente- y cierta sumisión por quienes marcarán la pauta a seguir. El otro que no tiene cruzados los brazos, sino en el correaje de la mochila, mira, igual que los demás mayoritariamente al chico del móvil. Puede que sea un signo de los tiempos, y que el tradicional método del plano tenga menos posibilidades cada vez. Pero hay algo que imagino con claridad. El pie adelantado de la chica del plano y las manos gesticulantes del chico del móvil no debieron facilitar al grupo el siguiente paso. Debieron haber votado, y seguro que una de las dos propuestas acabaría enfurruñada un rato; hasta que a la hora correspondiente, la comida y, sobre todo la bebida, distendieran el posible entuerto, durante un par de horas. Hasta la siguiente toma de decisión.

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