NOS HALLAMOS EN LA EDAD ¿DIGITAL?

Tras la división tradicional de la historia del mundo en las cinco etapas que hemos aprendido todos en primaria y secundaria (Prehistoria, Hª Antigua, Hª Medieval, Hª Moderna e Hª Contemporánea), sentimos que los tiempos que corren son algo distinto a cuanto antes ha habido. Hay, pues, una sensación de que lo “contemporáneo” no nos representa, sino que nos hallamos ya en otro período, en otra etapa que los historiadores (o los periodistas entrometidos) acabarán denominando de algún modo, y la práctica diaria sancionará como más afortunada, o menos. Eso no asegurará nada: ni precisión ni correspondencia. Pero, independientemente de la denominación que adopte, de lo que no cabe duda es de que estamos ya en otra era: es algo obvio.

Luis María Anson, en un artículo en El Cultural, de 27-I-2017, titulado “La Edad Digital” propuso precisamente ese título para nuestra nueva época. No está mal pensado, desde luego. Pero no seguiría la categorización de la anterior clasificación, que tiene que ver más con el concepto “tiempo” que con los elementos que hicieron distinta a cada era. No obstante, ello no sería ningún inconveniente, si se llegara a imponer. No olvidemos que América no se llama Colombia -aunque debería- y que las vacunas se llaman así por haber  sido las vacas quienes proporcionaron a Jenner la idea salvadora de las mismas. Con la cosa de los nombres que al final se imponen, es como con el uso que los ciudadanos dan a las palabras: nunca sabe uno por dónde acabarán las cosas. No olvidemos  que llamamos clínex a los pañuelos de papel, ordenadores a las computadoras, o móviles a los teléfonos portátiles.

Pero tras el tema del nombre, estaría el problema de asignar un comienzo a esta etapa por la que ahora transitamos. Así, unos proponen 1991, año de la disolución de la URSS y triunfo definitivo del imperio estadounidense. Otros, algo más atentos a la verdadera naturaleza de los cambios, sugieren con matemática precisión el 9-I-2007, porque fue cuando Steve Jobs presentó al mundo el primer teléfono inteligente, vulgo “esmarfón”.

No sé. Yo, cuando cada año les dibujaba en la pizarra a los chicos la tradicional división de la Historia, para que al menos tuvieran un marco cronológico donde ubicar sus escasos conocimientos históricos, siempre les decía que las fechas que les apuntaba como final de una e inicio de la siguiente, no eran más que convenciones que han servido y sirven para ordenar mentalmente los múltiples hechos de una historia que resulta ya muy dilatada en el tiempo. Y que esa división surgió en tiempos modernos, al igual que el ofrecer la cesura del nacimiento -impreciso- de Jesús de Nazaret, como un antes y un después. Convenciones, simples convenciones. Al final, siempre les decía: “No olvidéis que uno no se acostó siendo medieval y se levantó renacentista (o moderno)”. Ellos se quedan pensando un momento -caso de que les haya captado la atención- y algunos llegaron a apuntar alguna vez: “Pero molaría, ¿eh, profe?”.

Sin embargo, en nuestros tiempos, es la primera vez que somos conscientes “en tiempo real” de que algo rapidísimo está sucediendo, y que la Edad Contemporánea, con sus valores, atrocidades y localismos, ya no nos representan con exactitud. Nuestro mundo es global, digital, conectado y en red. Pese a llevar pocos años entre nosotros, nadie concibe ya el hoy sin los ordenadores, la internet y, sobre todo, el móvil. Tanto han revolucionado nuestras formas de ser, pensar y actuar -y en tan poquísimo tiempo y con velocidad geométricamente acelerada-, que es precisamente lo que nos da a todos la idea de que esta, ya, es otra era. Sin duda ninguna.

A lo mejor estamos en la digital. O en la postcontemporánea. O en la global. O en la que al final se imponga. No lo sabemos aún. Como tampoco sabemos -concluye su artículo Anson- “aunque lo intuimos, lo que nos deparará la próxima década porque estamos todavía, conforme a la expresión de Seiner, en la prehistoria digital”

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