HITOS DE MI ESCALERA (47)

En la vida hay épocas en las que todo se vuelve lento, cadencioso, aburrido incluso. También hay momentos en los que todo se acelera, y el tiempo, que dura en esencia lo mismo, parece dilatarse y caben en su interior muchas más cosas, más actividades, más pensamientos, más cambios. Mi primer curso de docente fue de estos períodos frenéticos en los que, echando atrás el recuerdo, parece increíble que pudiera hacer tantas cosas de forma simultánea. Los que han leído anteriores hitos tal vez lo recuerden. Ese primer año de profesor dio mucho de sí; pero aún restaban momentos memorables por venir. Uno de ellos no fue “un momento”, sino un proceso que llevó varios meses, que tuvo un desarrollo fascinante, exitoso, y que, por ello, acabó en desastre -relativo-. Me refiero a que el curso 1990-91 coordiné la edición de Nosotros, la revista estudiantil del IES Padre Isla.

Yo ya era profesor, pero el periodista que un día habitó en mí seguía coleando (y aún habría de dar más frutos, que expondré más adelante). Hay que recordar que hacía escasos meses todavía formaba parte de la dirección de la revista universitaria Campus (v. Hitos de mi escalera, nº 41), que tuve que dejar por resultar incompatible con mi actividad laboral. No obstante, todo estaba muy reciente, por lo que el gusanillo seguía dentro. Y cuando me asenté y entendí el funcionamiento del centro y sus diversas actividades, comencé a actuar. Lo primero, fue montar un taller de fotografía, como actividad extraescolar, que resultó un éxito de participación y de aprovechamiento. Pero lo que acabaría trascendiendo, con mucho, sería la edición de la revista Nosotros.

Antes de asumir la coordinación de la misma, ojeé los ejemplares anteriores. En el IES Padre Isla había dinero, y eso se notaba en que la revista no eran unas hojas volanderas mal grapadas y peor distribuidas. Se tiraba en una imprenta, y la edición era muy decente. Otra cosa eran los contenidos, flojos, institucionales, y con poca cabida para la creatividad y la crítica. Y estos últimos serían los ejes que yo planteé como vertebradores del nuevo número. Cuando le propuse el proyecto, el director, Bernardino González, me examinó a fondo para ver por dónde irían los tiros. Le fui claro y le planteé las líneas que llevaría la publicación. No sin alguna reticencia, dio el visto bueno; y la jefa de estudios, que la había dirigido el año anterior, también. Era enero de 1991 cuando tuvo lugar la primera reunión con los alumnos y alumnas que se apuntaron al proyecto.

Les planteé algunas cosas claras, las mismas que me habían movido en Campus. Iba a haber crítica, iba a ser una edición estética, iba a dejar hacer, y siempre que cada artículo, reportaje, cómic, poema, relato, etc. fuera firmado, no habría censura de ningún tipo, salvo grosería injustificada o insultos gratuitos o mal formulados. Los chicos estaban muy contentos. Yo también: eran dóciles, eran trabajadores, eran divertidos, y algunos tenían muy mala leche, que podía ser aprovechable en buena medida.

Por aquella época ya había ordenadores, pero estábamos en el año en que estábamos, así que hay que contextualizar. Monitores monocromos, ratones de cable y con bola, e impresoras de 9 agujas. Y programas limitadísimos. Pero aun así, se podían hacer cosas. Y las fuimos haciendo. Planteamos un organigrama de contenidos entre todos. Yo marcaba las líneas maestras, pero ellos proponían otras, la mayoría de las cuales fueron aceptadas, siempre que, a mi pregunta de asumir autoría, ellos respondían que sí.

Fueron casi cuatro meses frenéticos. Por cuestiones de espacio, debo omitir todo lo que supusieron aquellas reuniones vespertinas, fuera de horario de clase, sacando horas de donde no las había (en mi caso). Pero imposible no mencionar el entusiasmo, las ganas, las risas, las discusiones -algunas, muy pasionales-, los problemas técnicos, las soluciones, los artículos, poemas, caricaturas y cómic que iban llegando. Les alucinaba que apenas pusiese pegas: «Pero ¿de verdad me vas a publicar esto?». Yo siempre respondía con otra pregunta, que ya se hizo un clásico: «¿Lo vas a firmar con tu nombre?». Si la respuesta era afirmativa, iba adelante. No iba a figurar ni un solo seudónimo. Todo lo que allí cupiera iba a tener nombres, apellidos y responsables. Y por fin llegó el día en que sólo faltaba ya la portada, para la que no había consenso alguno. Al final, acabé contactando con un alumno del nocturno, que estaba haciendo el servicio social sustitutorio en la Cruz Roja, José Luis Melón (que luego sería un pintor reputado con su nuevo nombre: Nadir), que nos diseñó -y dibujó- una portada y una contraportada muy rompedoras, con una mano que mostraba su palma haciendo una peineta, pero en cuya parte inferior lo que deberían ser huesos y tendones, se convertía en alambre de espino carcelario. Nos encantó a todos.

Y por fin llegó el día de presentarla a dirección. Bernardino no daba crédito. Era algo radicalmente distinto a cuanto se había hecho antes. Ya no sólo por el número de páginas, que casi llegaba a las 100 -más del doble de la anterior-, sino por la estética uniforme -y de corte Art Nouveau-. Pero, sobre todo, por la enorme carga crítica que contenía, ya desde la mencionada portada, hasta una sección de anuncios falsos donde se incluían caricaturas de profesores -incluyendo la mía- publicitando productos que hacían referencia a sus defectos principales. También incluía un artículo mío, titulado “Contra el apalancamiento”, marca de la casa, donde comparaba “lo de antes” de “ellos” con “lo de ahora”, o sea, lo de mi momento de entonces. Bernardino, un docente excepcional -que por desgracia no pude disfrutar en mi época-, un tipo serio y muy claro, me puso en antecedentes de lo que iba a suceder si aquello se publicaba. Me preguntó si estaba dispuesto a asumir consecuencias. Por toda respuesta, le remití con cierta prepotencia a mis antecedentes en Campus. Sonrió algo forzado, y dijo: «Está bien. Adelante».

El presupuesto dio para 350 ejemplares, con tapas en cartulina, y papel din-A4 normal para el resto, pero bien pegados y con lomo de tira de tela. O sea, una edición muy bonita -y cara- para lo que se estilaba. Un miércoles de mayo la pusimos a la venta en el recreo. Costaba 100 pts, con lo que obviamente no se cubrían todos los gastos. Pero los alumnos, puestos en antecedentes por sus compañeros participantes de su contenido crítico, la compraron en masa. El recreo duraba media hora, pero hubo de prolongarse 3 m. para terminar de agotar la primera edición en ¡33 minutos! Hubo mucha gente que se quedó sin ella, y protestó. Me hice eco de sus deseos, y planteé al director una reimpresión rápida de unos cuantos ejemplares más.

Pero para ese momento, ya habían llegado ante él las primeras críticas de algunos profesores, visiblemente molestos por las críticas y burlas que había allí dentro. Bernardino tuvo que lidiar a partir de ese instante con una presión tremenda de buena parte del profesorado e incluso de parte de su propio equipo directivo. Primero, para que no se reimprimiera. Después, para que se depuraran responsabilidades, empezando por la mía y terminando en la suya propia. Pero la personalidad de este docente había sido siempre muy clara, y aunque lo noté seriamente disgustado por todo lo que le estaba viniendo encima, ejerció su autoridad de director defensor de libertades, y concedió la reimpresión de 150 ejemplares más, que se evaporaron de nuevo en un suspiro dos días después.

La comunidad educativa se dividió por completo. Los alumnos estaban que no cabían en sí de gozo, sobre todo, quienes habían participado (Nuria Martínez, Adolfo Corujo, Luis Gil y Nadir los principales). Las cuchufletas de algunos artículos y caricaturas fueron la comidilla en el centro durante varios días. El éxito había sido absoluto. De eso no cabía duda. Pero los viejos elefantes no se quedaron de brazos cruzados. Algunos llegaron a advertir a algunos participantes que sus notas “peligrarían”, lo cual me vinieron a contar. Me reuní con el director, y esa fue la última vez que lo hicimos de manera personal él y yo solos. Me dijo que lo que estaba sucediendo era algo previsible, y que ahora había que pechar con ello, pero que a partir de ese momento se encargaba él. No me dio lugar a oponer nada, ni siquiera a ofrecerle ayuda. Yo no era más que un funcionario pipiolo que había recibido la plaza en propiedad apenas un mes antes, tras la visita del inspector. Me despidió de su despacho amable pero secamente. Y comenzó su propio calvario con el asunto de la revista. Yo inicié también el mío.

A partir de entonces, él llegó a sufrir una “moción de censura” en un claustro que recordaré toda mi vida, en la que fue atacado desde muchos frentes, y defendido desde muy pocos. Harto de los despropósitos que estaba oyendo, pretendí intervenir para exponer mi punto de vista, pero Bernardino, en el único gesto dictatorial que le recuerdo, no me concedió la palabra. Probablemente, querría impedir que aquello todo se embarrara aún más y acabara en un linchamiento doble. Sorprendentemente, él aguantó el chaparrón y la cosa no trascendió. Pero todo dejó de ser bonito y hermoso. Desde ese momento, la mayoría del claustro, salvo siete fieles, me hicieron el vacío completo, sin saludarme ya desde entonces, y algunos incluso me pidieron explicaciones en el pasillo, que di sin cortarme medio pelo, pero sabiendo que mi estancia en mi querido instituto iba a tener un final muy desagradable.

Por fortuna, los alumnos no sufrieron represalias. Bernardino avisó de que se encargaría de vigilar “cualquier caída significativa en las calificaciones” de los colaboradores de la revista, y no hubo anécdotas reseñables, más allá de algún sobresaliente no concedido, a cambio de un notable bajo de última hora. En lo que a mí respecta, lo que más me afectó no fue el vacío profesoral o las críticas (yo venía del mundo Campus, insisto), sino el acoso e intento de derribo a que sometieron al director, que dio la cara por mí en todo momento, pero cuya relación conmigo se quebró de golpe para siempre.

Tiempo después, yo me desquitaría de aquellos profesores anticuados y carentes de cintura, en un artículo publicado en El Diario de León, en una serie que comentaré en su momento. Con todo, años después cuando tuvo lugar cierto aniversario de la institución, y yo ya vivía en Avilés, Bernardino contactó conmigo para que escribiera un artículo en la publicación conmemorativa que editaría el centro. Le pregunté si podría escribir lo que quisiera y sería publicado, teniendo en cuenta que iba a ser una crítica feroz. Respondió que la duda ofendía, si se consideraba la propia llamada. Me disculpé con una sonrisa, y acepté. Y meses después me demostró otra vez su seria elegancia y su firme compromiso con la libertad de opinión, enviándome la revista en cuestión, donde mi demoledor artículo aparecía puntualmente entre los testimonios de quienes, además de alumnos habíamos tenido el privilegio de ser docentes en el instituto de mayor solera de León. Tal y como había prometido y sin faltar una coma. Mi último contacto con él fue una carta elogiosísima hacia su persona, agradecido por su actitud. Ya no tuve respuesta. Pero tampoco hizo falta.

El resto de los Hitos de mi escalera, aquí

2 Comentarios

  • Emma
    Posted 8 de julio de 2022 10:23 1Likes

    Sí que me ha prestado, sí. Por varias razones. Ese candor de principiante, que empuja a grandes gestas (para quien las realiza), nunca aceptadas por quienes se creen en posesión de la verdad y miran, con displicencia, desde la atalaya de la ignorancia; esa capacidad para contagiar pasión por lo que haces; la honestidad para con tu alumnado, que es el que se la merece; la firmeza y la decisión con la que abordas una tarea y no paras hasta que la realizas…
    Podría seguir, pero hay una palabra que define lo que sentí al leer este hito: admiración.

    • Eduardo Arias Rábanos
      Posted 8 de julio de 2022 18:34 1Likes

      Muchas gracias por tus palabras, amiga mía. La juventud, es lo que tiene, que todo lo impregna de osadía y descaro aleados con el entusiasmo de quien está convencido de algo al cien por cien. Queremos creer que aún no hemos perdido todas las flores de antaño. Ojalá así sea. Besos

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