CLASE DE LENGUA DESPUÉS DE MUERTOS (MICRORRELATO)

Desengáñese, joven, se lo digo yo. Ya sé que ha tenido usted mala suerte, y que debería haber llegado aquí con una edad como la mía, y no antes de tiempo. Pero lo aprenderá enseguida: la muerte no existe. No, al menos, como se la imaginan ahí arriba, del otro lado. No es un acabar. Es un comienzo. Sólo que se tarda un poco en saber qué es lo que de verdad empieza. Lo malo es que uno baja aquí algo aturdido. Y con ideas muy confusas (aunque peor lo tienen los que son incinerados; hasta que se enteran de dónde les viene el aire -es un modo de hablar, ya me entiende-, suele pasar un tiempo). Además, sentir tan tristes a nuestros deudos le da a uno como una culpabilidad añadida. Pero le aseguro que si supieran ellos lo que sabemos nosotros, otro gallo les cantara. Pobres. ¡Qué cantidad de tiempo pierden en tonterías! Pero, claro, dirá usted, que yo también haría las mismas y encauzaría igual de mal mis días. Y, sí, sí. No lo niego. Pero, una vez producido el tránsito a la otra vida -que es la misma pero con otra forma-, entonces empieza lo bueno. Claro que se lo iré explicando, poco a poco. Tenga un poco de paciencia. Al fin y al cabo, acaba de llegar hoy mismo, como quien dice. Las flores aún no se han ajado lo suficiente. Pero, sí, hombre, sí, suéltese, verá cómo puede hablar como hizo siempre. ¿No me oye a mí? Es fácil. No lo piense demasiado. Hágalo. Sabe hacerlo. Es como antes de su accidente. Sólo que aquí no tiene que mover los labios o la lengua, que pronto desaparecerán, ellos sí, con todo lo demás, para siempre. Pero eso no debe preocuparlo en absoluto. Pruebe, verá. Con pensarlo, vale. Hable, hombre, hable. Cierto que el cambio parece al principio insalvable. Pero eso sólo es al principio. Cuando aprenda a hablar con naturalidad, verá qué otras posibilidades se le abren. Es verdad que siempre ha de haber alguien que se lo enseñe, y como yo estoy en la tumba contigua, y en la del otro lado sólo contienen cenizas recientes, ya le digo. Que me ha tocado a mí, vaya. Pero lo haré con gusto, se lo aseguro: antes del tránsito yo era profesor de lengua. Vamos, joven. Inténtelo. Repita conmigo, sin vocalizar, con su mente: “LO-ME-JOR-EM-PIE-ZA-A-HO-RA”. Ya mismo, o sea. Y suéltese el pelo, hombre; aproveche, que aún le queda.

Del libro inédito Micrólogos

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