HITOS DE MI ESCALERA (29)

El año 1982 sería muy importante por muchas cosas. Sería el que peores notas sacara en mis estudios universitarios, incluido el único suspenso cosechado en mi vida para septiembre (hablaré de ello en otro de estos Hitos). También visitaría por primera vez Madrid, acompañando a una revisión médica de mi padre, en el único y excepcional viaje que efectuamos solos él y yo en toda nuestra vida. A su vez, en medio de una efervescencia política que no he vuelto a sentir nunca, fue el año en que -responsable y virginal- me encargué de ver una respetable cantidad de mítines de diversos partidos políticos, que concurrían en unas elecciones que acabarían con la primera mayoría absoluta de un partido español (PSOE) en su exigua historia democrática. A mayores, pude leer con satisfacción inenarrable una carta que me enviaba la autoridad militar competente donde se me notificaba que quedaba excluido del servicio militar, en atención a mi cortedad de miras, digo de vista, vulgo miopía, abundosa, pertinaz y creciente (hasta los 25 años).

Pero para lo que quedaría en el recuerdo de mi memoria este año fue porque vi publicado por primera vez algo escrito por mí en un medio de comunicación. Vale que era una revistilla universitaria de poca monta; vale que, a más inri, era costeada por un sacerdote que se debatía entre la progresía en algunos aspectos y lo pre-conciliar en otros; vale que sólo fueron tres artículos en tres números respectivos; vale que la tipografía era espantosa, y que su concepción artesanal era poco menos que adolescente. Pero fue ¡la primera vez! que una persona que comienza a escribir ve en letras de molde lo que antes pasó por su bolígrafo y, después, pasó a limpio en su máquina de escribir. Y eso, como el primer beso, el primer coito, el primer hijo, el primer divorcio, o la primera inspección de Hacienda, no se olvida así como así.

La publicación se llamaba Encuentro universitario, y en ella se escribían poemas, relatos, artículos de opinión, y algún que otro sermón de su director, mecenas, patrocinador y censor (todo en uno), Maximino Arias Reyero. Por mediación de un compañero de facultad, que ya participaba allí, llegué a conocer a este señor, que me abrió las puertas de su revista en cuanto se enteró de que yo “escribía opinión”, porque “de eso siempre hace mucha falta, porque la gente critica mucho, pero lo escribe poco; aquí lo que más mandan son cuentos y poemas”. Muy contento con la perspectiva, le entregué el que sería el primero de los artículos que allí vi publicados. Se titulaba “Apatía o falta de responsabilidad”, y trataba del infame modo en que la mayoría de mis compañeros enfocaban sus estudios, lo que era un reflejo, por supuesto del infame modo en que los ciudadanos asumían sus responsabilidades políticas. En fin, ¿qué queréis? 19 años, y toda la rabia del recién despechado en el alma. Pero a mí me supo a gloria. Y, petulante como era, contribuyó a engordar un ego que, tan carente de empatía como sobrado de autoestima, alcanzó un volumen considerable que cualquiera podría haber previsto producto de la burbuja especulativa, pero que yo di en interpretar de otra manera: esto es, que iba a ser el próximo rey del mambo que destronaría a Borges del trono que tan trabajosamente había ocupado tantos años.

Por aquel entonces, también comencé a frecuentar tertulias literarias en algunos cafés de mi ciudad (El Quijote, Casa Benito) que tenían un poco de libros, otro tanto de justa literaria y un mucho de captación de prosélitos de cierto nivel, pues solían estar auspiciadas por miembros del Opus Dei, algunos de los cuales llegaron a ser buenos amigos míos, a pesar de no cejar nunca en su empeño de sacarme de mis contumacias. En dichas tertulias vi la posibilidad de afilar mi siempre acerada dialéctica, sobre todo porque los fanáticos son inasequibles al desaliento, y siempre entran al trapo. Hoy lo veo como un paso imprescindible para soltar ese lastre más adelante, pero entonces fue la única oportunidad de que alguien con inquietudes como yo pudiera hablar de tú a tú con otros tocados del ala de semejante calibre. Y con el premio añadido del hallazgo de algunas importantes personas, de cuya profunda amistad llegué a disfrutar bastantes años.

2 Comentarios

  • Emma
    Posted 11 de febrero de 2021 08:43 0Likes

    ¡Mae mía, Maricarmen! ¡Qué diferente tu 82 del mío! Y hasta aquí puedo escribir en lo que se refiere a las diferencias.
    Al leerte, como siempre, se me han venido a la memoria decenas de imágenes de aquel año, que no voy a comentar porque estamos en horario infantil.
    Y también he podido verte corrigiendo tus textos y batiéndote el cobre con algunos miembros de tan infausta secta. Te imagino atizándoles un zasca detrás de otro y no puedo por menos que sentir orgullo.

    • Eduardo Arias Rábanos
      Posted 11 de febrero de 2021 10:09 2Likes

      Huy, sí, segurísimo. Yo, de aquélla podía contar todo sin problemas de audiencias infantiles. Snifff. Me debatía en otros estertores, como acabas de leer. En fin, ya sabes: me pre-paraba.

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