CUANDO MI PADRE FUE ALUMNO DE NUEVO. Y YO SEGUÍ SIENDO PROFESOR

A finales de 2018, poco después de que falleciera mi madre, mi padre aún mantenía una razonable lucidez, aunque mostraba importantes lagunas con la memoria. Por eso, para intentar detener su progresivo deterioro y mantener algo de ocupación en su vida, decidimos matricularlo en uno de esos cursos de “desarrollo cognitivo” en lenguaje estúpido-eufemístico, o “para la memoria”, que es como los conocemos el resto de los mortales. Para resumirlo, tuvo mala suerte, y el jeta que lo impartía (sic) los tomaba por tontos, y de diversidad en el aula, nada. No comentaré más para que no me hierva la sangre. De modo que ante sus noticias, que yo le demandaba con avidez, decidí dar un golpe de mano, y centrar sus ejercicios en los que yo le propusiera, con la inestimable ayuda de una orientadora cercana y de la impagable editorial Rubio, que poseía los materiales que yo necesité en ese momento.

Y así, por circunstancias de la vida, mi padre se convirtió en mi alumno. Lo que jamás había sucedido al revés -en mi infancia- ni tampoco se había dado esta situación en sentido inverso, tuvo lugar ese curso 2018-19, ¡a nuestros años! Debo admitir que, una vez que aceptó que le llevara esas cartillas de diferentes niveles, lo cual sorprendentemente no me costó mucho, se comportó como un buen alumno. Habría que averiguar si yo pude ser un buen profesor para él, teniendo en cuenta qué he enseñado toda mi carrera docente, que la relación con él nunca había sido boyante, y que -por no haber tenido ni hijos ni sobrinos- en mi vida había enseñado ni “cuentas ni letras”. Pero como tampoco me lo dijo nunca, quedará en el capítulo de misterios sin resolver.

Al no saber yo en qué nivel se hallaba, había que probar qué podía hacer y qué le costaba  más. Por eso, cargué material de sobra y de más etapas de las que precisé. Aunque pronto me di cuenta de lo mucho que ya había perdido en control matemático. Él, que tenía una inteligencia numérica prodigiosa, que había sido un hacha con los números y que había efectuado miles de operaciones en sus diferentes puestos de trabajo, que siempre tuvieron que ver con el dinero y la rendición de cuentas. Y ahí está él, obediente, concentrado, mientras resuelve problemas y operaciones sencillas, para las que echaba ya mucho tiempo, pero ante las que no le arredraba el esfuerzo, obstinado en lograr aquello que cada vez se le hacía más difícil y supurando su orgullo herido de que aquello que hizo tantas veces de memoria se le convertía por momentos en muros infranqueables. Hasta que llegaba la explicación, la ayuda o el empujoncito del profe. Que además era su hijo.

Resulta desolador comprobar en cabeza ajena cómo podemos deterioramos en lo más personal. Eso es lo más duro, justamente. Porque mi labor de docente con él no me planteaba problema alguno. Yo también soy persona muy paciente. Pero, mientras le veía luchar con las filas de números, con las cantidades “de llevar” en cada envite, con la comprensión lenta de cada problema, mientras él hacía sus ejercicios, yo no dejaba de pensar en la situación real de su mente, y en cómo aquellos ejercicios sencillos no lograban gran cosa, y sí cómo cada semana, cada mes le costaba más tanto escribir, como sumar o restar. Y si a él lo iba devastando paulatinamente su enfermedad, a mí me desarbolaba progresivamente mi impotencia para detener el progreso de la misma y por la obligación que la vida me imponía de ver cómo una mente se disolvía poco a poco, despersonalizándose cada vez más.

Con todo, si pongo esta fotografía hoy, día del padre, festividad que tampoco festejamos mucho en casa, es porque representa el mayor punto de unión y cercanía que mi padre y yo tuvimos en la vida: haciendo yo de profesor y él de alumno. Recuerdo esos ratos como los únicos en que -aun a destiempo-, me pareció estar más cerca de mi padre. Aunque fuera en los momentos en que más parecía mi hijo.

4 Comentarios

  • Eduardo Martínez
    Posted 19 de marzo de 2021 11:41 1Likes

    Sólo te diré una cosa:
    Un fuerte abrazo, compañero y, sin embargo, AMIGO.

    • Eduardo Arias Rábanos
      Posted 19 de marzo de 2021 11:54 0Likes

      Recibo ese abrazo con gran alegría, pues no viene sólo de un gran compañero, sino de un amigo, como bien dices, con ajustada adversativa. Cuento los días en que podamos volvernos a ver (y a abrazar). De momento, bástennos con el recuerdo y los buenos deseos

  • ALFONSO
    Posted 20 de marzo de 2021 00:18 1Likes

    Hola Eduardo. la verdad es que se nos estan marchando nuestras personas mayores muy deprisa. Hoy mismo he estado con mi padre que en Junio cumplira los 92 y le he felicitado. luego mas tarde, el mozo me ha felicitado a mi, despues de venir del trabajo y por la tarde he quedado con el y nos hemos tomado una cerveza. y la vida sigue. Espero el proximo año volver a tener este mismo comentario, de lo contrario no quiero ni pensarlo. Un saluido

    • Eduardo Arias Rábanos
      Posted 20 de marzo de 2021 08:14 0Likes

      Qué bueno verte comentar por acá, Alfonso. Gracias por ello. Pero, sí, tienes razón. No sé si muy deprisa, pues “en edad estamos”, pero uno siempre quiere que sus padres no se mueran nunca. Pero es como dices, la vida sigue. Y tú tienes esa fortuna aún: tienes a alguien por arriba, y, sobre todo, tienes a alguien por abajo. Yo, lamentablemente, ya no tengo a nadie por arriba. Y lo de abajo, como fue decisión propia… Aprovecha a tu papá mientras se halle entre nosotros. Visítalo más, si puedes, y sobre todo, dile muchas veces que le quieres. Nada le hará más feliz. Un abrazo, amigo

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