BREXIT, (AL FINAL) SÍ. ¡QUÉ BIEN! ¡QUÉ MAL!

El Reino Unido ha votado en referéndum que quiere salir de la Unión Europea.
¡Genial! Great!
¡Dios santo! Oh, my God!
Qué estupendo, que por fin puedan tener un rinconcito propio desde el que seguir pensando que son los mejores del mundo en todo.
Qué terrible, que hayan sido tan inconscientes como para omitir (o no prever) las múltiples consecuencias negativas que ese gesto va a conllevar.
Qué maravilloso, que de una vez dejemos de escuchar los continuos lamentos sobre lo que Europa les roba y no les renta.
Qué tremendo, que den la espalda al único proyecto europeo que ha traído paz y concordia a Europa en siglos de agitada y violenta confrontación entre naciones.
Qué bueno, que por fin sean ellos los separados y no los europeos, como reza su dicho: “Niebla en el canal: el continente, aislado”.
Qué triste, que las cuestiones más esgrimidas a la hora de optar por la decisión tomada hayan sido la xenofobia y el egoísmo económico.
Qué delicioso va a ser que los “diferentes”, los que se unieron “casi a la fuerza”, los que se arrogaban de que “estamos en Europa, pero no somos Europa” ya no nos marearán con sus continuas exigencias que cada vez se parecían más a un chantaje institucional.
Qué amedrentadoras resultarán las peticiones de referéndums en otros países que albergan dudas semejantes, pero no se atrevieron a dar el primer paso.
Qué estimulante será seguir construyendo Europa (caso de que el efecto contagio no lo lleve todo al traste) sin su principal rémora.
Qué penosas resultan las declaraciones de quienes celebran la victoria del Brexit, tan parecidas a las de los partidos xenófobos y ultranacionalistas de otros países.
Qué esperanzador parece el futuro, cuando se comprueba que lo que piensa un pueblo tiene consecuencias reales en la política y la economía (aunque yerre).
Qué deprimente será pensar en Europa sin uno de sus principales pueblos, sin una de sus principales economías, sin una de sus principales culturas.
Qué regeneradora resulta la idea de que votar tiene resultados prácticos, y no se queda todo en papel mojado, como en otros lugares.
Qué amargura supone imaginar que todo lo logrado hasta ahora gracias a la unión que logra la fuerza se pueda diluir en unas décadas o tan sólo unos años.
Qué triunfo de los sentimientos, del complejo de superioridad, de la paranoia excluyente.
Qué derrota de la razón, del sentido común, de lo que nos enseña la Historia.
¡Qué bien!
¡Qué mal!

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