AJENOS A TODO

Los amantes se abrazan con fuerza al borde del acantilado. No les importa que sea una de las zonas españolas en las que con más violencia se muestra la naturaleza, que no pocas veces acaba con las vidas de quienes osan interponerse en su discurrir: las cruces que se hallan a su lado así lo quieren recordar, atestiguando naufragios, dolor y muerte. Pero los amantes son ajenos a todo eso. El amor (o el deseo, que no queda claro en la imagen) lo puede todo, o al menos esa impresión arroja contemplar los dos cuerpos anudados por los brazos de ambos, que hacen imposible que quepa nada entre sus pechos. Ni la niebla que acecha, bajando, ni el oleaje que no se percibe en la imagen, pero que ruge algo más abajo, ni la llovizna que comienza a humedecerlo todo con suavidad persistente. Los amantes sienten sin contacto con el entorno. Son autónomos en sus vivencias. Sincronizados el uno para el otro, compenetrados en sus circunstancias, ajenos, enamorados, inconscientes, felices.

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