LA CONTRADICCIÓN DE LOS HUMANOS

No los mismos hombres, pero sí la misma civilización que llegó a esculpir bajorrelieves como éste, llegó a perfeccionar tanto la crueldad propagandística en el arte de la guerra, que fue temida en todo el Oriente medio. Los asirios legaron algunas de los relieves (en alabastro o caliza blanda) más imperecederas de la antigüedad, inmortalizando sus cacerías, los dioses a los que adoraban, los animales que admiraban, los genios que les protegían. A su vez, propagaron por toda Mesopotamia la idea de que eran un ejército no sólo invencible, sino que sometía a las poblaciones a vejaciones y torturas de un sadismo inimaginable hasta entonces, y lo llevaron a cabo de forma sistemática con acciones que cuentan las crónicas de varios pueblos, en lenguas diferentes, coincidentes en sus narraciones. El pueblo que se humillaba ante sus dioses, a quienes erigía templos en lo alto de ziggurats gigantescos, que admiraba la belleza extrema de las musculaturas mejor torneadas en la piedra, capaz de conmoverse por el dolor que sufre una leona con el espinazo atravesado por una flecha, podía exterminar de seguido a toda una población recién sometida, y crear una pirámide con sus cabezas decapitadas, dejando unos pocos supervivientes para que contaran lo sucedido, y el miedo se extendiera, y la sumisión llegara sin menor derramamiento de sangre. La contradicción del ser humano, la ambivalencia de nuestra especie, capaz de lo mejor, de lo peor, y de una extensísima gama de matices intermedios, a cual más llamativo o incomprensible.

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