LO MALO DE SER DEMÓCRATA

Ser demócrata es muy duro. Supone una serie de experiencias que en ocasiones son terribles. Por ejemplo, comprobar que las prácticas mafiosas, corruptas y deshonestas triunfan en unas elecciones generales sobre otras posibilidades a las que habría que dejar la oportunidad de mejorar lo existente. O verificar de nuevo que la incultura, la falta de garra, la inacción, el tancredismo y los amiguismos tienen mucho predicamento entre la mayoría de ciudadanos votantes (de los otros, no se sabe, porque rechazan el sistema, con todos los riesgos que ello implica). O verse sorprendidos porque un referéndum que en apariencia era una huida hacia adelante de un partido en apuros (para nada era una urgencia que demandara la sociedad), se convierte en un salto atrás que van a pagar muchos millones de personas, no sólo de ese país, sino de sus antiguos socios. O comprobar que la excelencia está lejos de ser considerada mayoritariamente en ningún lado, y que la impunidad escarba un poquito cada día en el muro de la resistencia de un sistema que es tan débil o tan fuerte como lo sean las sociedades que lo sostienen. Ser demócrata es muy duro, ya se dijo. Y en momentos como éste a uno le apetecería mucho dejar de serlo. Mucho. El problema es que abdicar de la democracia no deja más alternativa que la dictadura. Y eso, siempre, siempre, es peor. Mucho peor.

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