AÚN NO LO SABES (MICRORRELATO)

Amanece. Otro día más. Tu mano apaga el móvil, con su alarma. Te desperezas. Das un beso leve a tu mujer, que aún se quedará un rato más en la cama. Te levantas. Sentado en la cama, piensas algo unos instantes. Banalidades del día. Vas al baño. Te pesas. Te encoges de hombros. Preparas el desayuno. La radio te acompaña, monocorde. Mientras la leche se calienta, hojeas el periódico de ayer. Aún no lo sabes, pero hoy no será un día cualquiera. Será un día memorable. Luego, el café teñirá de oscuro un desayuno que siempre resulta breve. Pero el aroma que impregna la cocina te reconcilia con la nueva jornada. Abres la ventana de la terraza. La mañana va a ser luminosa, de nuevo. Otro motivo que te alegra. Recoges todo y pasas la bayeta húmeda. Te cepillas los dientes mientras te duchas. El agua caliente te sienta aún mejor que el café con leche, y te demoras un minuto más, porque hoy no toca afeitado. Te vistes, das otro beso leve a tu mujer, que remolonea todavía, sin intuir tampoco nada cómo transcurrirá la mañana. Te vas dejando una estela a tu colonia habitual. Pero al entrar al garaje, otro olor te coloca la mente ya en situación laboral. Es un reflejo automático. Sólo usas el coche para ir al trabajo. Odias conducir. Si pudieras dejarlo e ir andando, pensarías que se puede ser completamente feliz incluso trabajando. Aunque todavía no sabes que todo puede cambiar. Que las cosas pueden empeorar aún más. O mejorar muchísimo de repente, por un golpe de suerte. El itinerario es el mismo que recorres todos los días de lunes a viernes. Quince kilómetros de ida. Otros tantos de vuelta. Diez de autovía, cinco de carretera comarcal. Conoces todos los cambios de rasante, las aglomeraciones de cada cuarto de hora, incluso las variaciones de los semáforos antes de enfilar la salida. Mientras la rutina diaria te envuelve a ti y a cuantos comparten parte de tu destino, la radio te pone al día de algo similar a lo que decía ayer. Tardas poco en cambiar de emisora y poner sólo música. Tu cara, inexpresiva, está relajada. Y no tienes idea de por qué, pero acabas pensando que los cambios suceden de continuo, en todos los ámbitos de la vida, político, social, familiar, laboral, que no todo depende de uno mismo. De hecho, crees que muy pocas cosas dependen de lo que se haga. Sin embargo, eso sólo lo expresas cuando hablas de los demás. Tú siempre opinas que controlas el mundo que depende de ti. Pero cuando revienta la rueda trasera derecha del coche de delante, y tú eres el  espectador más privilegiado, tu cara se crispa de repente. Y al cruzarse el vehículo delante de ti a velocidad de autopista, frenas a fondo, pero no puedes evitar embestirlo, lo que te desplaza en sentido oblicuo contra la mediana, lo cual ofrece tu lado vulnerable al furgón que venía queriendo adelantarte desde hacía rato, e impacta de lleno contra la puerta de tu lado, y pese a los airbags laterales, sales despedido hacia el asiento del copiloto, donde varios trozos del chasis que se han resquebrajado en la torsión acuchillan tu piel, produciéndote rasgaduras profundas, por donde tu interior se ofrece ya a la vista, lo mismo que tu sangre que, liberada, te abandonará con rapidez en borbotones irregulares, y aunque todo el movimiento brusco cesó en unos instantes, y todos los vehículos se han detenido ya, enlazados por el chasis tres de ellos, el tuyo incluido, aún tienes tiempo para pensar un instante, y percibir que te desangras, que las asistencias no llegarán a tiempo, que el frío envolverá tus miembros poco a poco y que, esta vez sí, hoy tu rutina habrá sido quebrada definitivamente por un hecho fortuito, imprevisible y fatal. No lo intuiste, pero ahora lo sabes ya. Todo puede cambiar en un instante. Dejas de pensar. Dejas de saber. Dejas de sentir. Mueres.
Del libro inédito Micrólogos

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