UN DOMINGO CUALQUIERA PUEDE SER UN JUEVES

Un domingo cualquiera puede ser un jueves. Quiero decir que si las circunstancias se alían, un domingo puede resultar el día central de un período libre, vacacional. Ese domingo cualquiera uno puede levantarse pronto, escribir, desayunar, imaginar, desear, aunque no en ese orden, o acaso todo al tiempo. Puede hacerse una comida atípica y esforzada que atribuya un valor añadido al tiempo y a su condición. Y decirse que por qué no, que el sol que inunda los ventanales es tan increíble que el frío que todo lo cubre puede resquebrajarse a lo largo de unas pocas horas. Y decidirse a afeitarse la desidia corporal de tres días de borrachera inútil, y lavarse la conciencia y el cuerpo con olores y con restregones violentos y dulces. Y vestirme de un modo elegante y sorprendente, casi atractivo. Y no pensarlo apenas, como antes, y marcar el número 9 de una memoria de cifras personales y escuchar la respuesta y proponer alternativas y comprobar que la sorpresa es el primer peldaño de la victoria. Y establecer un escenario de encuentro para después de unas horas en soledad agradable y reflexiva, etológica y sonriente. Y encontrar, unas horas después, que de forma asombrosa alguien baila al son que uno prescribe, a cambio tan sólo de marcar tres botones, sugerir con el lenguaje y el tono y hacer alguna concesión antes impensable.
Tras unas horas de baño de sol, de baño de viento y vista de mar, de olas y de niños-objeto-de-carnaval, dos personas de distinto sexo, condición y atractivos acuden con media hora de retraso al reclamo. No se dan cuenta de que aunque la llamada solicita con hipocresía a los dos, sólo una concita la atención del solicitante, del sugeridor. Que esa una es un cúmulo de imperfecciones y de reiteradas comprobaciones frustradas (pero que posee una de las voces graves y nítidas más fascinantes que uno recuerda haber oído) y una de las risas más plenas y poderosas que quepa imaginarse en una mujer. Que sólo ella es el objeto de mi deseo y que su acompañante es un bulto necesario e ineludible para poder observarla, para oír su voz y su risa, para poder fantasear con su cuerpo menudo y con su sexo escondido y acaso hastiado de lo que tiene, pero con miedo de buscar de nuevo, sin saber que ese pánico es totalmente infundado, que yo estaría ahí, por un tiempo, no sé cuánto, poco seguramente, pero el suficiente para que ella comparase, y para que yo degustase por unos días o unos meses de otra exclusividad, de un cuerpo aferrado sin remedio a esa voz y a esa risa que todo lo desarma.
De ese modo, la noche se desgrana entre comida, bebida, palabras, ficción cinematográfica, confidencias familiares y algunos contactos de piel nerviosa y de piel inconsciente, mientras todo parece tan normal en su transcurso y la ilusión colectiva se consuma ante tres consciencias que son conscientes de forma diferente de una realidad que también es distinta para cada uno de sus observadores.
Pero de esa manera, una cuota regular de contacto humano queda cubierta por unos días, en los cuales no habrá pesadumbres por los excesos solitarios o por los proyectos onanistas. La rueda de cómputo volverá a ponerse a cero hasta que de nuevo un termostato terapéutico me avise de ciertas necesidades de ficción que deben cubrirse con alguna perentoriedad, y yo, obediente a mis dictados interiores, ceda al impulso, y ejerza mi poder de convocatoria, quizá con los mismos dígitos, tal vez con otros, pero con seguridad con resultados aproximadamente idénticos.
Del diario inédito Escorzos de penumbra, entrada de 15-II-1999

Deja un comentario