LOS DILEMAS ÉTICOS DE MARTIN COHEN (1)

Vivir no es sencillo (nadie dijo nunca en serio que lo fuera), y a cada día nos vemos sometidos a una serie de situaciones que requieren de nosotros una toma de postura, una decisión, un elegir un camino y no otro. Vivir es, pues, elegir. De continuo. Por fortuna, muchas de esas decisiones son cotidianas, y apenas tienen trascendencia alguna. Elegir qué nos ponemos al salir, qué comemos hoy, qué disco ponemos, qué canal televisivo conectamos, por qué zona paseamos o elegir entre una marca de leche u otra, no suelen tener consecuencias de ningún tipo; o, si las hay, son poco relevantes.

Sin embargo, muchas veces tenemos que tomar decisiones mucho más importantes, cuya elección nos conducirá por una senda muy distinta si optamos por una alternativa u otra. Son los llamados dilemas. Muchos tienen que ver con cuestiones muy prácticas, aunque de trascendental importancia para nuestras vidas. Pero otros comportan implicaciones éticas de gran calado. Ésos son aquellos en los que me gusta a mí hurgar. Hasta el punto de que hace un par de meses me compré un libro sin conocer a su autor, sólo por su sugerente título: 101 dilemas éticos, de un filósofo británico llamado Martin Cohen. Su lectura, que se hace a pequeños sorbitos, es un catálogo de posibilidades de cómo la vida nos pone a prueba permanentemente. A modo de inicio -iré poniendo más- plantearé uno de los más sencillos, y que figura al principio de la obra.

El bote salvavidas

Un acorazado acaba de recibir el impacto de un torpedo enemigo en una zona que aboca al navío a un hundimiento seguro. El capitán ordena abandonar el barco, lo que se puede hacer de un modo bastante ordenado y sin agobios excesivos de tiempo. Hay tres problemas: el primero es que la explosión ha dañado más de la mitad de los botes salvavidas; el segundo, que la radio ha quedado inutilizada; el tercero, que se hallan en mitad del Atlántico, sin posibilidad de recibir ayuda. Por tanto, la situación irremediable es que acabará habiendo en el mar once botes atestados de marineros, flotando al lado de varias docenas de tripulantes que no pueden subir a los botes, pues una sola persona más en cada uno haría que volcasen y muriesen todos: sus ocupantes y los que intentaran el acceso. No obstante, uno de los grumetes consigue agarrarse desde el agua a la borda del bote donde se halla el capitán. Éste, en cambio, da una orden a quienes lo tienen más cerca, en el sentido de desligarse de él y arrojarlo de nuevo al agua. Los que reciben la orden lo miran consternados, y recuerdan la rigidez y la dureza de su disciplina que caracterizan al capitán. La pregunta que se hace es muy sencilla: ¿deben obedecer al capitán o hacer caso omiso de su mandado?

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