LA ENCOMIABLE TAREA DE EDUCAR

Capté esta imagen en la Punta Roncudo, en plena Costa da Morte gallega, un día de oleaje tremendo que hacía justicia al apelativo de la zona, mientras llovía intermitentemente, y se preparaba una galerna que horas más tarde descargaría como suele por esos pagos.

Lo que más me interesa de lo que se muestra en ella es imaginar la conversación que podría tener el padre con los dos pequeños, cuando éstos lo acribillaran a preguntas. ¿Qué es eso blanco? ¿Por qué está ahí? ¿Qué quiere decir? ¿Pero de verdad murieron tantos? ¿Y la muerte? ¿A dónde vas después? ¿Homenaje? Y eso, ¿qué es?

Me enternece (y me abruma) imaginar al padre buscando las respuestas más adecuadas al nivel mental de sus hijos, intentando alcanzar un equilibrio entre la información concreta y la abstracta, buscando su seguridad y su prudencia, pero sin alarmarlos en exceso. Lograrlo sin que el discurso patine por inverosímil, excesivamente edulcorado, precavido en demasía, o escapista sin más, eso, eso precisamente, es educar bien. Porque los críos demandan todo el tiempo información, y si se le da, piden más, y así de un modo infinito hasta que otra cosa capta su atención, o el juego reclama su dosis, y pasan a otro asunto sin solución de continuidad. Pero estar ahí para satisfacer su curiosidad infinita y acertar en la cantidad y la calidad de lo que se les dice, a mí me parece dificilísimo, hasta el punto de que considero a los padres y madres que lo logran como héroes y heroínas dignos de condecoraciones vitales. Alguna vez los veo, en cafeterías, en museos, en la playa, en actos públicos, con la paciencia infinita a fondo perdido que supone educar, hablando con ellos, explicándoles, indicándoles, poniendo caras serias o riéndose con ellos, marcando las distancias con la realidad para que no intimide tanto que paralice, pero sin quitarle tampoco toda la importancia a algo que de soslayarlo les ocasionaría algún disgusto tarde o temprano.

O, como en la imagen que contemplamos aquí, a ese padre ejemplar, bajo la lluvia, en condiciones que no son las mejores, pero que está ahí para ejercer su condición de padre, que implica una responsabilidad de tal calibre, que algunos cagones cobardes -que por desgracia aumentamos en número- decidimos en su momento que era tan gigantesca, tan inasumible para nuestro carácter egoísta, que preferimos declinar.

 

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