DIÁLOGO EDIFICANTE (MICRORRELATO)

—¿Me da pan?
—¿Acaso tiene hambre?
—¿A qué viene esa pregunta?
—¿No es, acaso, pertinente?
—¿Cree que las personas saciadas le comprarían el género?
—¿Y por qué no?
—¿Por qué se resiste a servírmelo?
—¿Por qué causas lo pide?
—¿Es el hambre motivo insuficiente?
—¿Tendría dinero para pagarlo?
—¿Piensa así de todos sus clientes?
—¿Se da cuenta de que no me está respondiendo a lo que le pregunto?
—¿Se percata usted, acaso, de mi perentoria situación?
—¿Cree que con esa pinta y esos modales puedo entregarle mi producto?
—¿No creerá que mi dinero vale menos que el de los demás?
—Pero ¿dispone de efectivo?
—¿Por qué le ha dado pensar que soy insolvente?
—¿Podría ver su dinero?
—¿Podría ver cómo introduce una hogaza de pan en una bolsa?
—¿Realmente quiere usted verme enfadar?
—¿Alguien le habrá visto mostrando sentimientos?
—¿Podría salir de mi local inmediatamente?
—¿Y si comenzamos de otro modo?
—(?)
—Querría una hogaza de centeno, por favor.
—Desearía saber por qué la demanda.
—Pero eso es indiferente.
—Me gusta saber que mi pan acaba en las manos correctas.
—Eso es lo de menos, la cuestión es que le pague.
—Es que también tengo dudas de que pueda pagarme.
—No creo haberle dado pie a pensarlo.
—El caso es que sin dinero por delante, no hay género..
—Los panes ahí están, bien a la vista.
—En cambio, su dinero brilla por su ausencia.
—Malamente puede brillar, pues los billetes carecen de brillo.
—Pero las monedas sí lo hacen.
—Sólo si no están muy desgastadas.
—Lo cual nos devuelve al punto de partida.
—No entiendo por qué piensa eso.
—Es natural que le suceda tal, pues usted no entiende nada.
—Yo entré aquí a por pan, nada hay que entender.
—La lógica más elemental de compra y venta, es lo que no entiende.
—Yo compro, usted vende; es bien sencillo.
—Yo vendo, si considero que se dan las circunstancias adecuadas.
—Ahora, para vender, hace falta que se den circunstancias adecuadas.
—Claro, por ejemplo, sin dinero, no se dan.
—Pero es que yo tengo dinero.
—Pudiera, sin embargo, aún no he visto un centavo asomar de su bolsillo.
—Ni lo verá, a este paso, pues no me quiere vender mi hogaza.
—No es suya, sino mía.
—Sí, pero entré aquí para que dejara de ser suya, y hacerla mía.
—A eso se le llama robar.
—No, si media un pago de por medio.
—Que es justamente lo que no se está dando, pues no hay dinero.
—Sí hay, lo que no hay es voluntad de intercambiar género.
—Me parece que es usted un peligroso alterador del orden.
—Pienso que toda la culpa es suya.
—Yo también.
—Vaya, al fin un acuerdo.
—No, si digo que yo pienso que la culpa es suya.
—Pues eso da un empate.
—Eso parece.
—O sea, que usted sigue con su pan y yo con mi dinero.
—Según su visión, sí.
—No es una visión, es la realidad.
—Tiene razón en que no es una visión, pues aún no he visto dinero alguno.
—Esa frase ya me suena como algo cargante.
—Es sólo la constatación de la evidencia.
—Podríamos comenzar de otra forma.
—Imposible, es la hora del cierre.
—Pero antes, véndame el pan.
—No puedo. Es una cuestión de principios
—No intuyo cuáles.
—El más importante de todos: que aquí no se fía.
—¿Y si en vez de una hogaza me vende dos barras?
— (Voz metálica) Puertas cerradas. Este establecimiento volverá a abrir a las 16 horas en punto.

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