RELEVO (MICRORRELATO)

Cuando Sancho se despide de su señor, entre lágrimas, alcanza por fin la luz. Entiende que ha de ser él quien prosiga la tarea del hidalgo, prematuramente interrumpida. Esa misma tarde, se prueba sus vestiduras, que cambiarán de dueño pero no de cometido. La loriga, tan vetusta, el abollado espaldar, el sorprendente baci-yelmo, la astillada lanza y la adarga herrumbrosa. Todo le viene grande, o estrecho, mas no le importa. Se siente orgulloso de su destino, que ahora comprende honorable e imperecedero. Cuando al fin se ciñe la larga y oxidada espada, y se mira al espejo, la imagen no le desagrada, y su mente vuela, acariciándole recuerdos que le nublan los ojos en un acceso de nostalgia. Al darse la vuelta, para dirigirse al establo, la cara se le tapa con el improvisado yelmo, que le resbala hacia delante, al tiempo que la hoja de la espada se hace un hueco entre sus piernas, de modo que trastabillando con gran estrépito cae cuan largo es. Cuando se recupera, una sonrisa complacida ilumina su rostro. “En verdad que tamaños comienzos son dignos del mejor caballero que los tiempos vieron. Mi señor podrá descansar en paz. Y a él me encomiendo”.

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