Durante semanas, les oí pronunciar palabras extrañas, inusuales para mí: tumor, laringectomía, radioterapia, convalecencia. Yo les escuchaba con algún desconcierto, viendo sus caras serias, pero sin excesiva preocupación. En esto, llegó el día, y me ingresaron. Todo fue como un sueño largo, profundo y extraño; también muy repetitivo, aunque no recuerdo bien qué imágenes me sobrevinieron una y otra vez. Cuando desperté, todos me miraron muy atentos, y sentí varias manos que me acariciaban a la vez, entre lágrimas que imaginé felices. Repentinamente animado, a pesar del dolor que comenzaba a notar, pude mover ligeramente el rabo. Pero no pude decir nada. Nunca más volví a ladrar.