LÓGICA TRIPARTITA (MICRORRELATO)

Al cura ya le rechinaban todas aquellas confesiones repetidas. Siempre los jueves, siempre con prisas, siempre con el alivio del perdón, al final. El hombre se acusaba sin ambages de adulterio, contaba con detalles sus correrías con aquella mujer desvalida de la que no podía prescindir, pero, acabado su discurso -que pocas veces difería en sus formas- solicitaba la absolución, en apariencia muy contrito, pero muy contento al final, cuando le era otorgada. La psicóloga, en cambio, recibía a la mujer en su consulta los viernes. También comprobaba con cierta desidia que las historias que su débil voz le contaba eran muy parecidas, y estaban demasiado ancladas en lo físico: aquel hombre se lo hacía como nadie, y cuando sus encuentros concluían, quedaba en un estado de dependencia que aumentaba a cada día que pasaba, hasta que el nuevo encuentro semanal liberaba  las tensiones y su cuerpo terminaba roto, agotado, feliz. Pero todo volvía a empezar. El cura, intrigado, fue sacando conclusiones, hilando datos. La psicóloga, alerta por cierta coincidencia, revisó sus apuntes, y dedujo algo sorprendente.  Era una localidad relativamente pequeña: todos se acababan conociendo un poco. Ambos terminaron, por separado, identificando a los respectivos amantes. La psicóloga no se podía creer que su convencional marido fuera un campeón en la cama. El cura identificó a su neurótica hermana en los rasgos que le confiaba su feligrés más adúltero. Ambos hicieron averiguaciones. Ambos contactaron con el otro. Ambos terminaron en la habitación de un hotel de la periferia. Tras las palabras, las conjeturas, las explicaciones, el súbito e inevitable acercamiento. Ninguno pudo imaginar tal inyección de placer sorpresivo. Pero no repetirían la fogosa experiencia: ella sabía que no habría nadie a quien poder contar lo sucedido; él intuyó que nadie le otorgaría la absolución.

Del libro inédito Micrólogos

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