LAS PREGUNTAS DE GREGORY STOCK (45)

Pregunta 233 (v. pregunta 63)
A mediados del siglo XIX, si usted hubiese podido espiar el futuro y ver que el automóvil provocaría cinco millones de muertes en el siglo siguiente, ¿qué habría pensado de ese nuevo vehículo? ¿Existen conocimientos científicos que es mejor no descubrir? En ese caso, ¿qué áreas de investigación considera usted que deberían restringirse?
Habría pensado lo mismo que pienso de todos los descubrimientos o inventos que se realizan cada año, cada vez a velocidad más acelerada, sin tiempo apenas para poder asimilar el verdadero alcance de cada uno de ellos: que todo tiene una faceta positiva y una negativa. Es un privilegio y una desgracia del ser humano. Un privilegio, porque hasta lo inicialmente más letal puede ser empleado en hacer el bien; y una desgracia, porque hasta lo que resulta en principio más inocuo puede ser aplicado para obtener el mal. Digo esto teniendo en cuenta la relatividad de ambos conceptos, bien y mal, pero recurriendo al tópico.
Nadie puede dudar, hablando ya de este ejemplo concreto, de la capacidad trágica que la incorporación de la velocidad creciente al transporte ha introducido en las vidas humanas. Nadie puede soslayar la cantidad de muertes que producen las imprudencias cuando se unen con los fallos mecánicos inherentes a toda máquina. Y, consecuentemente, nadie puede volver la cabeza en aras de la técnica y del desarrollo para no darse cuenta de la cantidad de sufrimiento que los automóviles han generado desde su invención y popularización, a lo largo del siglo de su corta pero importante vida. Sin embargo, un carácter positivo aduciría que las ventajas que ha comportado han sido muchísimo más notorias, tanto, que hoy no se concebiría nuestro mundo actual sin el concurso de este aparato que en ocasiones añade el aspecto estético a su lista de cualidades. Se podrían enumerar (y analizar) muchas de éstas —velocidad, conocimiento, universalidad, etc.— , pero yo destacaría una, por sobre todas ellas: la libertad que proporciona a quien lo posee o lo maneja. Esa cualidad, no exenta de las ataduras que toda posesión costosa supone (mantenimiento, desgaste, precio elevado) sobrepuja todo tipo de inconveniente, pues alarga el sentido que de la libertad se pueda llegar a tener, y en algunos casos, hasta la reinventa, redefiniéndola a medida, pues una de las características más notables de esta máquina es su adaptabilidad a las necesidades de su poseedor, su versatilidad para poder subvenir necesidades concretas, dentro de ciertos límites, pero también ampliando dichos límites mucho más de lo que en principio pudiera pensarse.
No creo que haya conocimientos científicos que sea mejor no conocer. Al menos, eso es lo que pienso. Otra cosa es que el ser humano esté preparado para ellos. Pero si no es así, peor para el ser humano. La inteligencia es lo que discierne la validez o no de los conocimientos, y es ésta la que determinará el lugar que cada idea, cada creación, pueda acabar teniendo a medida que surjan. Pero estoy radicalmente en contra de que se hagan vacíos con la ciencia y con el conocimiento. El problema no está en lo que se sepa o lo que se descubra o lo que cree, sino en el uso que se haga de ello. Un escéptico de las relaciones humanas como yo, creerá siempre que cualquier progreso irá acompañado de un retroceso parcial, haciendo válida la teoría física de que toda acción va seguida de una reacción en sentido contrario. Pero ello no es suficiente a mi modo de ver para retrasar, ocultar, engañar. La curiosidad científica y, por ende, la humana es océano que no se puede contener con unos pocos diques obsoletos. Otra cosa es que deba insistirse absolutamente en la educación para que el uso o manejo que las nuevas tecnologías o los nuevos descubrimientos científicos no cause más desaguisado que beneficio. Pero ésa ya es otra cuestión. En la que soy pesimista, por supuesto, sobre todo por saber lo que sé de la historia de la humanidad y haber comprobado su trayectoria y su “progreso” en infinidad de ocasiones. En consonancia con lo que digo, no creo que debiera prohibirse ningún área de investigación. Tan sólo extremar las precauciones para evitar su mal uso, aunque tarde o temprano, ese uso perjudicial acabe por aflorar, como es inherente al animal llamado hombre, justo cuando menos se parece a un animal en el sentido zoológico del término y más se parece a ellos en el sentido peyorativo del mismo.

Pd/ Los textos que responden a las cuestiones formuladas en El libro de las preguntas de Gregory Stock, fueron elaborados entre 1998 y 1999. Si deseas ver el resto de las entradas de esta serie, pincha aquí

Deja un comentario