LA MEDIOCRIDAD DE LA ORATORIA ¿SIGNO DE SALUD DEMOCRÁTICA?

La oratoria política pasa por horas bajas. Y los parlamentarios, también. Apenas hay políticos de fuste. Hablo en general, no sólo de España, donde el nivel está bajo mínimos. Lo que antes se llamaba hablar, ahora se llama comunicar y se exige que se haga rápido. Perorar, por el contrario, es hablar largamente, sin prisa alguna, pero sin mover al auditorio del sitio. De esto, nuestros políticos actuales saben mucho más. De hecho, hoy se perora mucho. Hay muchos peroradores, que dicen muy poco, aunque ocupan mucho tiempo en los diferentes foros donde se manifiestan. Nuestros políticos hablan, si no les queda más remedio. Pero nuestros poderosos -banqueros, constructores, grandes empresarios- no lo hacen nunca. ¿Para qué hacerlo, si detentan el poder pero, al contrario que al político, no le gusta figurar, ni llamar la atención?

¿Quién gana hoy los debates? ¿Quienes indican las encuestas? ¿Quienes señalen determinados medios? Pero eso ¿les importa en realidad a los políticos? Amelia Valcárcel, en un artículo titulado “El lenguaje de la política” (Mercurio, Enero, 2017), apunta: “Si ello fuera posible, sería lo ideal ocupar el mayor tiempo disponible y no decir absolutamente nada. Esto se suele denominar con una metáfora ajustada: perfil bajo. Las democracias lo cultivan: es un hecho”. Parece una crítica. Y lo es. Sin embargo, la filósofa española prosigue con su análisis, diciendo que ese perfil es cosa de las democracias. Los totalitarismos, en cambio, sí usan y abusan de la oratoria, asociada a los medios de masas. Por eso, en la democracia se establece una escenificación de “perfil bajo”. Por ello, también, “podemos asistir [en las democracias] a cierta degradación del lenguaje político igualitario (…) Esta situación no es gloriosa, mas se corresponde con los tiempos pacíficos. Si por el contrario, viéramos concurrir la exaltación en la escena pública, ello avisaría de la deriva hacia marcos políticos menos estables”.

Y uno se queda algo mohíno ante tal reflexión. La paz aboca a la mediocridad insustancial. La exaltación palabrera, al riesgo de confrontación y de guerra. ¿De verdad no hay posibilidad de que haya verbos floridos, oratorias contundentes, inteligencias desbordantes, en un escenario pacífico, democrático? ¿De verdad? Me niego a aceptarlo. Aunque Amelia Valcárcel siga contando con mi admiración permanente.

Deja un comentario