LA INCAPACIDAD PARA CONTAR DE LOS DIRECTORES DE CINE ACTUALES

El otro día, hace ahora una semana, vi una película que tenía mucho de original en su planteamiento, aunque los resultados distaron de lograr un éxito rotundo. Se trataba de Lumière y compañía, una película que se sustentaba en la idea de ofrecer tan sólo 52 segundos de rodaje a 40 reputados y conocidos directores de países distintos con la cámara de los hermanos Lumière, restaurada y arreglada. Una empresa de concepción muy hermosa que debía erigirse en un original homenaje a los dos personajes que inventaron el cinematógrafo.

Sí, la idea es muy interesante. Pero tiene un inconveniente: su carácter colectivo. Cuarenta directores con ideas, trayectorias e intereses distintos, e incluso contrapuestos. Cuarenta historias cuyo origen es diferente. Mas aun con todo, uno imagina la posibilidad de poder ver cuarenta maravillas. Lo que vi, en cambio, fue la constatación increíble pero manifiesta de que la mayoría de los directores de cine actuales no tienen casi nada que decir y, además, lo que es todavía complementariamente más grave, no saben cómo contar.

De la película saqué provechoso algún material. Por ejemplo, las respuestas de los directores a preguntas acerca de por qué hacían cine, si creían que el cine acabaría muriendo, etc. A nivel teórico, la mayoría dijo algo que al menos podría tildarse de sugestivo. Sin embargo, de las mini-obras que fueron sucediéndose a lo largo de la proyección, no seguidas, sino intercaladas entre otras entrevistas, para evitar cierta monotonía, de las peliculitas, digo, me gustaron ¡tres! Tres, sobre cuarenta. Claude Lelouch, Zang Yimou y otro cuyo nombre no recuerdo. Algo también las de Trueba y Lynch. Pero paro de contar. Lamentable.

Salí de la sala con la conciencia pura de que hoy día se llama director a cualquiera que consigue ponerse al mando de un equipo de personas que obedecen sus órdenes y cuya filmación resultante se exhiba en cines comerciales. Aunque no sé de qué me asombro. En Literatura hay legiones de imbéciles que se autodenominan escritores sólo porque atiende a la segunda acepción del diccionario. Pero, sí, el chasco ha sido inmenso porque los nombres eran lo suficientemente relevantes como para esperar algo más lleno de chicha. No ha sido así, desde luego. La mayoría rodó sus 52 segundos pensando no sé en qué y haciendo unas tonterías supinas. O no se lo tomaron como un ejercicio serio, o su capacidad de crear bajo pedido produce una impresión calamitosa.

Porque, a poco que se piense, ¡qué oportunidad! Poderse poner en el lugar de los hermanos Lumière y hacer exactamente lo que ellos hicieron, sólo que con la superioridad de todo un lenguaje que los pioneros galos in siquiera llegaron a prever en un principio. Pues bien, con todo a su favor, rodaron mierda plana sin ningún interés, con lo cual, insisto, corroboro mis ideas sobre la escasez de conceptos o percepciones de que estos fulanos hacen gala. Porque si aún les hubieran impuesto el tema o el argumento, todavía cabrían las reticencias; pero ¡podían rodar lo que quisieran! Fascinación por lo lamentable. Y no hay excusa posible por la carencia técnica de la cámara en cuestión. Habiendo qué decir o transmitir, el cómo se adecua sencillamente a aquello de lo que se dispone. No hay excusa posible. Ni la inmovilidad, ni los escasos segundos, ni la rigidez estática. Nada. En fin. Ya me he desahogado lo suficiente.

(Del diario inédito Bancal de almácigas, entrada de 10 de Agosto de 1996)

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