La empresa obtuvo el encargo de su vida: crearían unos módulos de inteligencia artificial con una capacidad extraordinaria, que supondría un avance exponencial en la carrera por la autonomía de las máquinas. Sin apenas tiempo para creérselo, y ebrios por los presupuestos que les habían concedido, los ingenieros de quienes partió el proyecto se pusieron enseguida a la tarea, y en apenas dos años, los módulos estaban listos. El destinado a uso civil concitó las alabanzas del Gobierno, por lo bien que los diseñadores habían entendido tanto la problemática que originó el encargo, como la imaginativa solución que habían ideado para aplicarlo en todo tipo de situaciones y grupos sociales. Las pruebas prácticas confirmaron la impresión inicial, y los creadores fueron felicitados de nuevo por ello. El módulo militar también satisfizo las expectativas de la cúpula de jefes del Estado Mayor del Ejército, cuyos parabienes no se hicieron esperar, si bien exigieron probarlo cuanto antes. Los ingenieros accedieron, advirtiendo no obstante de ciertos peligros asociados al control de dicho módulo, que requería una prudencia extrema. Los militares insistieron. Los primeros ensayos tuvieron como resultado la muerte accidental por electrocución (uno) e incendio (el otro) de los dos ingenieros principales. El tercero, atemorizado y lleno de horribles sospechas, planteó serias objeciones a finalizar las pruebas previstas, pero la presión de los generales de mayor rango fue más que persuasiva, y los ensayos prosiguieron con el protocolo previsto. Este funcionó a la perfección, hasta que una inesperada explosión de gas acabó con la vida del tercer ingeniero y de su primer ayudante. Con ellos, desaparecían los mejores conocedores de los secretos más profundos de aquel formidable ente informático, que a esas alturas se hallaba en una fase de autoplanificación muy avanzada. De qué trataba dicho plan lo sabría el mundo con precisión matemática, tan sólo 12 días después. A las 00:00 horas. Y sin aviso previo.

Del libro inédito Micrólogos