DE LA ENVIDIA DEL MEDIOCRE PEDRO CASADO Y LA AUTODESTRUCCIÓN DEL PP

Decía hoy el sagacísimo Ignacio Varela que no conocía organización humana que, conscientemente, quisiese hacerse daño propio y autodestruirse, con la excepción de los partidos políticos españoles. Comentaba que le era muy difícil comprender dicha realidad, porque no le encontraba explicación suficiente. Concuerdo por completo. Aunque tal vez si a las raíces cainitas de nuestro país, tan proclive al guerracivilismo, le añadimos el profundo defecto de la envidia, podamos explicarlo mejor. Tal vez no definitivamente, pero sí añadamos alguna luz.

Contrariamente a lo que la gente piensa, la envidia no es un “querer ser lo que el otro” o “querer tener lo que otro posee”. No. Lo primero se llama ambición; lo segundo, codicia. La envidia es el más estúpido de los defectos, que otros llamarían pecados capitales, porque es el único del que uno no sale beneficiado de ningún modo. La envidia es el pesar, el dolor por el bienestar ajeno. Nótese que de ese dolor no surge beneficio ninguno para quien lo sufre, sino que tan sólo se le reconcome su alma por lo que el otro es, tiene o disfruta. La envidia, por tanto, es cosa de mediocres bien mediocres. La persona que lo suscita puede acabar por enterarse, o no. Pero en el caso que nos ocupa, el de los partidos políticos españoles, la parte pasiva, que hace brotar la envidia en la parte activa, sí que se entera. Siempre. Y más bien pronto que tarde.

Cuando hablamos de los partidos políticos españoles, en plural y en general, es porque es nota común en todos ellos. Y si arrancamos de lo que pasó en la autodestrucción de la UCD de Alfonso Suárez, podremos comprender mejor lo que pasó en el PSOE hace unos años cuando se defenestró a un líder mediocre como Pedro Sánchez, que demostró ser más eficaz que sus verdugos, a quienes destruiría a su vez unos cuantos meses después, en impresionante remontada. O la disolución del aparentemente compacto grupo de Podemos, orquestada por la intolerancia de su líder Pablo Iglesias, cuyas cuchilladas hacia sus más inmediatos colaboradores, acabaron devaluando sus atrayentes propuestas iniciales hasta convertirlo en el cadáver que hoy es. O los vaivenes erráticos de Ciudadanos, responsabilidad del que fue su líder Albert Ribera, tan excelente publicista como mal político, a quien sus inmovilismos y falta de autocrítica -mal común a todos los anteriores- apearon de su puesto de líder y abocaron a su formación a una desaparición de facto del panorama electoral de hoy mismo. Por no hablar de los partidos catalanes, cuya principal formación ya cambió tantas veces de nombre en los últimos años, que la ciudadanía ya no sabe ni cómo se llama en la actualidad. Y lo último, ya, ha sido lo del PP.

Un partido liderado por un mediocre, nombrará ayudantes mediocres. Las decisiones que ha tomado hasta la fecha Pablo Casado, todo el mundo las conoce. Los enredos que su lugarteniente y factótum Teodoro García Egea ha propiciado a lo largo de la geografía nacional, y el férreo control a que somete a los miembros de su formación, también. En este punto cabe apuntar que un partido político que aspira a gobernar un país, puede hacer intentos de prueba en los gobiernos autonómicos, que le den experiencia de cara a la mayor responsabilidad global. Y da la casualidad que este partido, el Partido Popular ha conseguido mayorías aplastantes en dos comunidades, Galicia primero y Madrid después. Lo ha hecho con dos líderes regionales muy diferentes en todo, en el tono, en los precedentes, en los hechos, en su ética, hasta en su género, pues la primera la gobierna un hombre y la segunda, una mujer. Pues bien, un líder capaz tomaría buena nota de por qué su partido, que defiende -en teoría- lo mismo en dos sitios distintos, logra resultados aplastantes, con dos fórmulas distintas. Tomaría buena nota. Y, si fuera un político capaz, y no un mediocre que alcanzó el poder del modo en que lo alcanzó, hasta buscaría su propia vía mezclando si fuera posible las bondades de ambos procedimientos. Pero, no. Es entonces cuando sobreviene la envidia. Casado tiene envidia de Ayuso. Mucha. De Feijóo, también, pero como está más lejos y es menos mediático y se dedica más a hacer política regional y no nacional, parece que le molesta manos. Pero Ayuso lidera Madrid, que es donde querría acabar Casado liderando el Estado. Y ahí es donde Ayuso molesta, porque es más popular que el resto de los populares. Y ahí es donde la envidia promueve el dolor que Casado siente por los éxitos de su baronesa. Y es ahí donde surgen los intentos de torpedear el submarino, lo que conlleva torpedear el submarino que alberga a todos los populares. Y de ahí surge todo el follón al que hemos asistido con estupor, enfado y asco esta semana, que no se halla muy lejos del que sentimos en su momento cuando los asuntos del PSOE, de Podemos o de Ciudadanos y de algún otro más. Al final, tendría razón Anguita con aquella frase lapidaria, donde equiparaba a los dos grandes partidos de la 2ª Transición: “El PSOE y el PP, la misma mierda es”. Sólo le faltó añadir que su propio partido, el histórico PCE, lavaba en su corral heces parecidas.

Deja un comentario