“CARNE GOBERNADA”, DE FERNANDO SAVATER

Carne Gobernada - Fernando Savater | PlanetadeLibros

Tengo a Fernando Savater entre mis autores más leídos, y aun releídos. Su persona siempre me ha caído bien, y he llegado a admirar muchaa veces su coraje e independencia en su trayectoria vital. Por lo común, he estado casi siempre de acuerdo con él.

 Además, sólo por lo que en su momento me transmitieron su Ética para Amador, su La infancia recuperada, o su Despierta y lee, por poner sólo los libros que he vuelto a recorrer más de una vez, ya tendría en mi altar personal una peana bien ganada, aunque fuera más en plan grunge que orlada de eclesiásticos panes de oro. Pero hace unos días me leí su último libro y, además de cabrearme bastante, me dio mucha pena. Trataré de explicar esto.

Con el entusiasmo que me provoca leer la obra de un autor clave para mí, que además es breve, y recién salida del horno de la imprenta, me lancé a por ella con la unción del fiel y la seguridad de un disfrute como los que casi siempre me ha procurado. Pronto caí en la cuenta de que aquello no era lo que esperaba (¿qué esperaba, en realidad?), ni lo disfruté más que fugazmente.

Divide el texto en 5 capítulos sin título (aunque sí con cita inicial) y una despedida. Pero no entendí bien el porqué de dicha estructura, pues no es una novela, ni un ensayo, ni unas memorias, ni un conjunto de artículos o columnas; más bien es un amasijo de anécdotas, ideas, reflexiones, recuerdos, sensaciones, que creo que esta vez ha hilvanado muy mal, y cuya necesidad tampoco se me alcanza.

Son tres los temas sobre los que pivota el texto, y los tres los conocemos de sobra, pues ha escrito sobre ellos abundantemente, sobre todo del tercero, por cronología. En primer lugar, la muerte del amor de su vida (Sara, Pelo Cohete), sobre la que no cuenta nada que no tratara (y mucho mejor, y más emocionadamente), en La peor parte. Memorias de amor. En segundo lugar, la resurrección de su cuerpo gracias a una mujer joven que le saca de la atonía cuasi-suicida en que lo anterior le había postrado y le hace revivir nuevos laureles lúbricos. Y por último, la política nacional, en la que lleva una particular cruzada contra los nacionalismos, (que él llama siempre separatismos) y contra su bestia negra actual, Pedro Sánchez, hasta el punto de haber forzado hace bien pocas semanas el despido de su periódico de toda la vida, El País, asunto que no se aborda, porque ocurrió después de publicado el libro.

El problema no es de lo que trate. Los tres temas me gustan, y hay algunas frases que resultan divertidas y ocurrentes. Pero el tono general es muy deslavazado, sin hilar; como escrito de corrido, y luego hubiera puesto divisiones aquí y allá para que no quedara un ladrillo indiviso e indigesto. El problema no es de lo que trate. Aunque el problema también es de lo que trate, porque leyéndolo esta vez me ha dado la impresión de que sobraba hablar de su dolor por la muerte de Sara, porque ya suena a exhibicionismo algo morboso; y también más que morbosa suena la confesión de la historia con la nueva mujer y cómo despierta el Savater más rijoso, que a mi parecer resulta un tanto innecesaria y, de nuevo, exhibicionista sin necesidad. Nos alegramos de que no se suicidara, de que haya rehecho parte de su vida, y de que haya recuperado una sexualidad plena y correspondida. Pero lo dice con un colegueo confidencial que…

Con todo, donde se le hinchan las pepitas hasta los excesos es en la cuestión política que, por incidir en los peligros que advierte en los separatistas, llega a decir que Vox, Cayetana Álvarez de Toledo e Isabel Díaz Ayuso (para quien solicitó públicamente el voto) son mil veces preferibles a la falsa progresía nacionalista. No estoy tan seguro de que sea tan desatinado lo que dice, si se aplican criterios racionales, pero desbarra mucho y el enfado y la profunda inquina que profesa a sus enemigos políticos, le hace muchas veces pecar de excesivo, de mala baba y sus posibles razones quedan un tanto diluidas ante la forma que toman sus violentas diatribas. A sus lectores habituales nos deja huérfanos de esa inteligente y pesimista ironía que había aprendido de sus maestros Voltaire, Schopenhauer o Cioran, que tan adecuadamente había empleado antaño. Y por eso sin ella, sus escritos, que nunca han sido muy pulidos literariamente -aunque desbordaban de entusiasmo contagioso y siempre nos hacían brotar la sonrisa cómplice-, pierden aún más con este cabreo de su vejez mal llevada en ese ámbito.

Cuando terminé el libro, que me empujé de una sentada por su brevedad, me quedó una sensación de que me había estafado los casi 21 euros que pagué por el fino volumen. Juro que fue lo primero que pensé, antes de hacer otras valoraciones más técnicas. Cuando llegaron éstas, preferí esperar unos días para elaborar esta reseña con un punto mayor de frialdad que atenuaran la mala leche que me quedó después de leerlo. Lo conseguí a medias, porque aun estando bastante de acuerdo con determinadas cuestiones que reprocha a Pedro Sánchez (no en lo otro, desde luego), el modo en que lo expone no conectó nada con lo que se supone que debería representar uno de los intelectuales más aprovechables y valientes de nuestro país. Si su próxima obra prosigue por la misma línea, concluiremos que la vejez, a Savater, le ha sentado fatal, por mucho que ahora haya encontrado viruelas y rebrotes viriles. Aunque de momento me ha quitado las ganas de leerlo y comprobarlo en propia carne.

Pd/ Aún estoy dándole vueltas al porqué o a la intención del título. Sigo en ello

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