POESÍA PARA ALGUNOS, LOS MENOS, ¿LOS ESCOGIDOS?

La publicación “reciente” del último poemario de un escritor amigo (Javier Almuzara: Todos los besos son de despedida. 2021. Ed. Renacimiento) me ha hecho reflexionar de nuevo sobre la poesía, su importancia actual, y sobre el carácter heroico de quienes a ello se dedican de forma no puntual, sino recurrente y hasta prioritaria.

Lo primero que puedo decir es que hacía años que no leía un poema. Mis gustos han variado mucho, pero seguramente no será ésa la razón principal. Porque los poemas, además de muchas características llamativas y estimulantes para alguien como yo, ofrecen una -la brevedad- que con la edad se ha ido consolidando con mayor importancia en casi todo cuanto abordo. Cuando ahora me “he visto obligado a hacerlo” por el motivo indicado, he caído en la cuenta de que he disfrutado haciéndolo. Entonces ¿por qué tan poca poesía pasa por mis manos? A veces pasan años, ya digo, sin leer un solo poema.

Históricamente, precedió a la prosa (aunque ésta haya acabado copándolo todo). Y desde los comienzos, la poesía jugó con la expresividad del lenguaje, que utiliza con una precisión y una belleza que suele faltar en la prosa; también lo lleva a un extremo, cargándolo de significado, ampliando las asociaciones posibles entre las palabras, y aguzando la forma de pensar. Además, es una forma literaria que, salvo excepciones, suele ser breve y apropiada -como se dice de los cuentos o los microrrelatos-, para estos tiempos presurosos, que no estimulan a abordar mayores distancias. Luego, ¿por qué los padres, hoy tan atentos al interés material e intelectual de sus hijos, no les ofrecen esta vía de diversión y enriquecimiento, demandando poesía para ellos? Pero, también, ¿por qué los mayores tampoco leemos poesía?

El actual déficit de educación poética, tanto de niños como de adultos, es únicamente imputable a estos últimos, que no la valoramos como procediera, tal vez por no haber sido educados en ella y no comprender la importancia y el valor que la poesía podría instilar.

No obstante, hay algo en la poesía que echa para atrás. Y aunque ya Goethe tildara de bárbaro a todo aquel que se mantuviera sordo a la poesía, deberíamos ser comprensivos. Si bien no tanto. Lo que quiero decir es que la poesía es algo que no todo el mundo puede paladear. De entrada, no tiene que gustar a todo el mundo, como puede suceder con la pintura, la música clásica, la literatura. Aunque decir “poesía” en abstracto, es como hablar de “literatura”: no dice mucho sobre su naturaleza. Hay miles de posibles formas poéticas. Miles de posibles poemas. Hay poesía sencilla y poesía compleja; poesía de moda y poesía clásica; poesía de sentimientos y poesía de ideas; poesía amorosa y poesía social; poesía de jerga y poesía pedante; poesía en lengua original y poesía traducida; poesía rimada y poesía sin rimar; poesía bien medida y poesía sin medir; poesía narrativa y poesía descriptiva; poesía breve y poesía extensa. Poesía y poesía. Y tampoco se deja de publicar, para sorpresa de quien indague. Entonces, ¿por qué leemos tan poca? ¿Por qué sus lectores son -casi- los mismos que la escriben, un puñado más de adictos, y algún crítico más que pulula cerca y en ello busca su sustento? No es fácil responder a esa pregunta, que además carece de toda originalidad, sino que es recurrente desde hace bastantes décadas. Yo apunto una hipótesis.

Leemos novelas, cuentos, artículos, ensayos, y hasta teatro, sin ningún problema, porque pensamos que, si nos pusiéramos a ello, también nosotros escribiríamos una novela, un cuento, un artículo, e incluso un ensayo sobre un tema que dominemos, o una obra de teatro (total, si sólo son diálogos…). Es decir, porque vemos al prosista como a un igual “que se puso a ello”, y por eso lo hizo. Pero nos arrogamos la posibilidad real de que “si nos pusiéramos”, lo lograríamos igualmente. Pero no leemos poesía porque todos sabemos que ninguno de nosotros, ni poniéndonos, lograríamos un poema, ni aun encomendándose a todos los dioses del Olimpo en que aún creamos. Y nos ofende y avergüenza esa superioridad del poeta, que sí sabe, sí puede y sí lo consigue. No leemos poesía porque leer cada poema nos recordaría de continuo nuestra propia impotencia e inferioridad.

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