UNA SOLEDAD IRREAL

Frente a lo que pudiera parecer, no elegí esto porque la combinación de los dos colores más intensos que se aprecian me recordaran los colores de la bandera española, mientras me hallaba a cientos de kilómetros de la frontera. Escogí el encuadre porque en el contexto en que me hallaba resultaba insólito. Al lado, había centenares de personas que habían acudido a ese lugar con la misma intención que yo: ver los bellísimos e imponentes acantilados blancos de Étretat, en la normanda Costa de Alabastro.

Por eso, poder encuadrar un velocípedo en primer plano, con la parte más baja de la costa al fondo, algo más desvaída, ofreciendo una imagen bien contrastada de soledad natural, me pareció una oportunidad maravillosa de mostrar algo casi irreal.

Porque el problema de los sitios bellos en nuestra época, en la que cualquiera puede acceder a la información, es que concitan cada vez más personas a su alrededor, perdiéndose de ese modo la oportunidad de paladearlos con calma. Sólo se puede llegar al sitio, mirarlo, tirarle algunas fotos y rápidamente irse a apurar las vacaciones en otro lugar espectacular que incorporar al currículo viajero. No es eso lo que apetece alguien con tendencias solitarias como es mi caso, pero como también poseo tendencias curiosas en grado sumo, acabo incurriendo en la necesidad de ver esas ciudades o parajes “imprescindibles”. Y como de momento días de vacación tengo, pero siempre en los mismos momentos que los demás, hay que apechugar con ello, no queda otra. Tiempos de jubilación habrá, no demasiado lejanos, en que uno viaje cundo la mayoría de los demás no, y podrá seleccionar con mayor aprovechamiento destinos y estancias.

Con todo, para desasirse de la gleba canalla, sólo hay que andar un poco más (puesto que la mayoría se queda en el inicio, para hacerse una “imagen” global que poder “retransmitir”), o bien esperar y permanecer más tiempo (dado que los demás siempre tienen mucha prisa, y yo por fortuna no tengo la obligación de verlo todo en pocos horas, pues puedo quedarme incluso a pernoctar en la zona, como ocurrió en verdad en este rincón costero). Andar un poco más que los demás. Aguardar más tiempo. Al final, quien resiste es quien gana, dijera nuestro orondo y malhablado último Nobel de Literatura.

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