POR QUÉ NO IRÉ A VER EL “NAPOLEÓN” DE RIDLEY SCOTT

Por supuesto, podréis decir que a vosotros qué más se os da de tal cuestión. Pero siempre que surge un debate en mi entorno que pueda tener suficiente “chicha”, yo lo intento trasladar a estos pagos, y que cada uno aguante lo que pueda. Pero, sí, ésa es la gran “noticia”. Este ex-profesor de Gª e Historia, fanático de las películas históricas, adorador antaño de algunos peplum que sonrojarían a cualquiera sólo porque trataban de algún período que me gustara, este señor que se acaba de jubilar, pero que antes colocaba en clase a la mínima un fragmento de las grandes películas históricas de todos los tiempos, antes que plúmbeos documentales más serios y sesudos, pero más inaguantables para el alumnado, este fulano, o sea, yo, no pagará por ver en una sala oscura a lo largo de 158 minutos la última cinta del irregularísimo Ridley Scott.

Los porqués pueden ser subjetivos, y lo son. Pero me explicaré. Siempre valoré con excesos algo paranoides el uso que yo hacía de mi tiempo. En los tiempos actuales, el asunto se exacerba (debe ser la proximidad del final, ejem). Y en serio digo que no me importaría el extenso metraje de una historia para la que me había preparado concienzudamente leyéndome tres obras (¡tres!) en las semanas precedentes, para tener frescos los datos, los nombres, la secuenciación cronológica, las motivaciones, etc. No me importaría, insisto; excesos he hecho en otras ocasiones, y si se está a gusto, da igual. Pero en esta ocasión, admito que todo lo que he ido leyendo en los medios me ha ido desinflando día a día. Ya sé que siempre he dicho que para poder opinar hay que tener información de primera mano: en este caso, habría que verla para poder opinar. Pero es que yo no voy a opinar sobre ella, hasta que la vea, cuando pase a la vida enlatada de las plataformas. Yo solo digo que lo que he leído me ha quitado la idea de intentar disfrutarla en la oscuridad del cine, que es donde hay que paladear estas cosas.

Y lo que he ido leyendo no tiene tanto que ver con que cometa dislates históricos, porque como decía el otro día un reputado historiador (no recuerdo ahora quién fue, y ahora no lo encuentro), los historiadores podemos pasar por alto los errores, los desajustes, las discordancias cronológicas, todo lo burdas que se quieran, si la trama te absorbe, te atrapa y estás viendo cine de alta calidad, que no es lo mismo que ver un documental de alta calidad cuyo rigor histórico es premisa imprescindible. No. No soy un talibán en ese sentido. Entiendo bien la diferencia entre cine histórico y documental histórico. Por eso, disfruté como un cerdito hocicando trufas con Troya, con Braveheart, con 300, con Gladiator, o con El reino de los cielos; estas dos últimas, por cierto, del propio Ridley Scott. Pero es que pese a las cabreantes licencias que se tomaban los diferentes directores, a los errores -algunos, terribles- que podrían haberse subsanado a poco que se hubiera preguntado a alguien experto, pese a algunas falsedades verdaderamente burdas, todas esas películas eran cine de verdad, y de hecho todas ellas las he vuelto a ver varias veces, y sin menguar por ello el disfrute.

Pero con las reseñas de esta nueva película histórica, no he podido comprobar más que el progresivo desinflado de mis ilusiones iniciales. Ya no sólo críticos cinematográficos que respeto, sino historiadores cuya trayectoria es intachable, coincidían en el dictamen: no sólo hay errores históricos, ausencias notables, desdibujamiento del personaje principal, sino que la película no se sostiene. Nadie dijo que fuera mala, eso es verdad. Pero nadie (¡nadie!) dijo que fuera buena. Y eso ya me quitó buena parte del aire.

Luego, vino el progresivo desencanto, con la contundente opinión de Arturo Pérez-Reverte, que entiende de Historia, de historias, de narratividad, de cine, y la tachara de “disparate indigno”, dando sus razones para ello. Yo, que suelo coincidir en un alto porcentaje con sus ideas, no tanto con sus formas, pero en esencia me suele gustar cuanto dice, ya casi hizo tambalear mi decisión de no verla. Pero, por último, la puntilla. Unas declaraciones del propio Ridley Scott -que suele adolecer de prepotencia, ausencia de autocrítica y violencia verbal cuando no se le lamen los pies en completa alabanza-, mostraban su confesión de que no había preparado nada del personaje, que esa tarea se la había dejado al guionista. No me las creí, obviamente, pero tal boutade me convenció de que todo estaba ya fuera de bolos. Y fue el resorte que me enfadó por completo, y que me condujo a la decisión antes comentada. Ya no me iba a arriesgar a invertir más de dos horas y media en algo que me iba a acabar irritando por varios frentes. Y así, sin más, terminó mi zozobra. El  tiempo me dirá si me he equivocado.

2 Comentarios

  • Sonia
    Posted 1 de diciembre de 2023 22:25 0Likes

    Hola, Eduardo, yo fui el domingo, por aquello de opinar habiéndola visto…..y me fui a la mitad! creo que es la primera vez en mi vida que no aguanto una película entera. Así que no te has perdido nada, yo de tí no la vería ni desde el sofá de casa cuando la pongan.
    Un abrazo,

    • Eduardo Arias Rábanos
      Posted 2 de diciembre de 2023 01:35 0Likes

      Me alegra tu testimonio, Sonia, y de verte de nuevo por estos dominios. Una pena, lo de este hombre. Esperaremos mejores oportunidades. Muchas gracias por comentar, un abrazo

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