PANTANO VACÍO

Hace un año aproximadamente, los pantanos próximos ofrecían una apariencia muy similar a la que muestra esta imagen. Hoy sería muy otra la fotografía que se haría si nos halláramos en el mismo lugar. El árbol tal vez siga irguiendo su altura orgullosa, aunque se halle desprovisto ya de sus más preciadas joyas y de la vestimenta verde, habitual en primavera y verano. Pero el lecho del embalse, aun estando lejos de rebosar, sí accredita una salud más indicada en la época otoñal, propicia a las lluvias, y también a otras humedades, que este año se adelantaron.

El agua nos transmite paz, cuando se la encuentra en lugares donde se acumula de modo natural o artificial. Con todo, noticias del otro extremo de la península, con precipitaciones abrumadoramente catastróficas, nos hablan de la otra cara del agua, amenazadora, variable, impredecible. Aquí, en cambio, las lluvias (y algunas nieves) han sobrevenido con la mansedumbre propia de la época, la misma que llena poco a poco los pantanos, la que ofrece la nieve al acumularse en silencio para ir goteando más adelante, cuando los fríos remitan.

El agua nos transmite paz, pero esta imagen, tomada el año pasado por estas fechas, nos produjo sorpresa y preocupación. Por su ausencia, por añorarla y desear que las circunstancias cambiaran cuanto antes. También nos transmitió una rara belleza, como nos ocurre con los lugares remisos a albergar vida, como los desiertos o las inmensas llanuras heladas polares. La belleza de lo inhabitual, de lo que nos hace pensar en las consecuencias de la acción humana sobre el medio ambiente, y la que nos acerca otra vez al pensamiento las ideas catastrofistas más habituales.

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