LA APASIONANTE LUCIDEZ DE FRANÇOISE GILOT, EX-MUJER DE PICASSO

De Françoise Gilot ya he hablado alguna vez por este terruño digital. De siempre me fascinó su carácter, su fortaleza, su voluntad. Pero, sobre todo, me atrajo de un modo irremediable por el que es, a título humano -que no artístico-, su mayor logro: conseguir apartarse de la influencia subyugante, anuladora, del artista-caníbal por excelencia: Pablo Picasso. Sólo ella pudo sustraerse a la brutal atracción que el genio malagueño ejerció sobre tantas mujeres, preferentemente jóvenes. Fue la única de sus múltiples amantes que lo logró. Y además, lo consiguió tras haber tenido dos hijos con él, y sin que su salud mental se viera afectada. ¿No es como para pasmarse y pensar que nos hallamos ante una mujer excepcional desde muchos puntos de vista? Pero esto ya lo sabíamos.

Lo que me ha llamado la atención de nuevo por su figura, es haber leído en un suplemento semanal del mes pasado un reportaje sobre ella. Lo primero, lo más increíble, es que aún vive, y tiene 96 años. Lo segundo, que a su edad sigue pintando. Como ella misma apunta: “siempre he hecho lo que he querido”. Lo tercero y lo cuarto, fue lo que me impulsó a redactar estas líneas.

En un momento dado, el autor de la entrevista le pregunta si el genio artístico exculpa los comportamientos reprobables. Ella responde con seguridad y humor: “Los comportamientos no tienen nada que ver con el genio. Caravaggio mató a una persona; algo no muy bonito que digamos. Pero lo que a mí me ha interesado no es la ética, sino la estética [risas]”. Se puede decir con más palabras, más alto, más pedante, pero no mejor. Si la mayoría de los genios hubiesen tenido la empatía suficiente como para pensar en el daño que producían a su contacto, hoy la humanidad contaría con muchísimas menos obras capitales, y estaríamos mucho menos avanzados en casi todo.

Y en otro punto, al ser preguntada con sorpresa del entrevistador sobre el hecho de que, tras Picasso, acabara casada con un hombre que fue el creador de la vacuna contra la polio, ella responde que no sale de su asombro. Pero el periodista insiste en preguntar cómo se explica, y ella dice: “¡Buena pregunta! Antes era bastante guapa, y eso a una mujer siempre le viene bien. Abre muchas puertas”. El periodista apunta que eso hoy molestará a muchas mujeres. Françoise Gilot, sin inmutarse, responde: “Sé que es injusto, pero una mujer tiene que ser guapa antes que cualquier otra cosa. Si no lo eres, ¿crees que los demás van a fijarse en ti? ¡Pues no!”. Y esto lo dice una mujer de una inteligencia privilegiada. Y lo hace en una época en la que por menos que esto cualquiera, del género que sea, puede acabar lapidado en las redes sociales o vapuleado en los diversos medios de comunicación. Me gusta concordar con ella. Pero si alguien piensa que esto está dicho con la mayor de las frivolidades, yerra de medio a medio. Al final de la entrevista, da las claves del asunto para que no quede asomo de duda: “Si quiere saber toda la verdad, la mejor relación es la que entablas con una persona extremadamente inteligente, y da igual si la persona es afable o del tipo gruñón. Lo mejor que te puede pasar es que tu pareja sea inteligente e interesante. No tienes por qué querer a una persona por sus cualidades; puedes quererla por sus defectos, porque los defectos hacen que sea un poco más humana”. Así que, ¿merece o no la pena profundizar en la vida y obra de esta anciana, cuya lucidez nos pone a prueba en cada párrafo?

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