LA DULCE PAUSA EN LOS PARADORES

Una de las cosas que mucha gente no sabe es que los buenos hoteles y, más en concreto, los paradores de turismo, tienen cafetería, y que se encuentra abierta no sólo a los clientes sino al público en general. En concreto, las de los paradores acostumbran a mostrar bella factura, pues suelen hallarse en edificios históricos en buen estado de conservación o restaurados, están bien surtidas y los asientos están pensados en la comodidad de sus ocupantes y no en el rápido recambio por otros clientes que aguardan plaza. Son lugares con luz tenue y cálida, si es artificial, o con luz tamizada, sin sombras, si se trata de patios exteriores. Hay prensa abundante, música suave, y una clientela que, a grandes rasgos, huye de ruidos y masificaciones propias de otros establecimientos. Como es natural también entre ellos hay clases, pero por lo común son lugares estupendos para hacer un descanso en la dura brega del turista habitual o, también, con el objeto de aislarse del mundanal ruido por un rato.

Toda pareja tiene sus ritos. Entre los de la nuestra, se halla el recurso a los paradores como lugar donde reponer fuerzas, comentar las características del lugar, actualizar redes, leer algún periódico o suplemento, degustar alguna delicadeza local, escribir algo, o, simplemente, disfrutar de media hora sentados a la fresca, si es verano, o bien calentitos si es invierno. Es en esos momentos de independencia compartida, cómplice, comunicada a veces sólo por miradas, cuando la vida demuestra que con bien poco se puede tener mucho. Ello es posible si se sabe elegir, si se mantiene un criterio coherente con los gustos propios, si se sale uno de los tránsitos trillados de la masa, si es capaz de percibir belleza en el reflejo de una botella de aceite o en los dibujos de la espuma del café; o si se sabe seleccionar entre tanta basura informativa algún artículo magistral o alguna entrevista tan bien realizada que nos proporcione la ilusión de asistir a la conversación como si uno fuera su protagonista. A continuación, una ojeada a las fotografías tomadas hasta ese momento -la eliminación de algunas-, el balance meteorológico, alguna banalidad, si es el caso un cotilleo fugaz, una risa que viene a cuento, son algunos de los pasos que se pueden seguir. Por último, abonada la exigua cuenta, y, repuesta la cuestión meramente física (pues los años pasan, ¡ay!), se regresa al mundo con la sonrisa puesta, la gana recuperada y las piernas más dispuestas a llevarnos a otro lugar donde los ojos vuelvan a demostrarnos que la elección del destino ha sido la adecuada.

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