HITOS DE MI ESCALERA (45) -y III-

Aquella alumna confesó entre lágrimas que la desaparecida estaba en casa de un chico holandés que había conocido el verano pasado en Murcia, y con quien se carteaba desde entonces. El chico era de su edad, y vivía con sus padres y hermana. De modo que había sido acogida por la familia del holandés, e iba a dormir esa noche con ellos. No entro en el asunto de con quién y en qué circunstancias. La confesora y la otra amiga estaban en el ajo, y le habían prometido que guardarían el secreto y que regresaría por la mañana antes de las diez, hora en que partiríamos a Rotterdam.

Rojo de ira, si me hubiera dejado llevar por lo que me pedía el cuerpo, no habría podido desarrollar mi carrera profesional en la docencia. La dejé llorando en la habitación, prometiendo acciones para más adelante. Convoqué a las tres adultas que me acompañaban y les comuniqué mi decisión de llamar a la familia de la desaparecida, para explicarles el asunto. Si bien no conseguí el consenso necesario, me dio igual. A pesar de la hora que era, llamé a los padres de la irresponsable para informarles de la acción de su hija.

Se puso el padre, y cuando yo esperaba una reacción muy distinta, el señor me dijo, con campechana tranquilidad, que sí, que “se imaginaban algo así”, porque estaban enamorados, y habían quedado de verse de nuevo en verano, pero que “si podían verse en Amsterdam, lo harían”. Debo decir que durante unos instantes, si me clavan un cuchillo, no habría salido sangre. Cuando me recuperé,  le pregunté, atónito, si él sabía algo de los planes de la hija. Respondió que no en ese extremo, pues no le constaba que fuera a quedarse con él y su familia. Haciendo un esfuerzo ímprobo de contención, pedí hablar con la madre. Más nerviosa y emocional, ella sí sabía algo. De hecho, sabía bastante. Y estaba al corriente.

Aquí hay una expresión que viene que ni pintada: ¡¡Hay que joderse!! Unos padres adultos asumen que su hija se ha saltado todos los protocolos de seguridad, que se ha ido con otra familia a pasar una tarde-noche, y el más preocupado era yo. Pero me quedé a gusto, y tras liberar la tensión les dije de todo. De todo. Y al final, el remate: cuando llegara por la mañana, la colocaría de vuelta en un avión directo a Madrid, donde esperaba que fueran a recogerla… si querían, y si no, que se cogiera un bus o tren hasta León. “No se atreverá”, profirió entre amenazas. “Le aseguro a Vd. que me atreveré. Pero no se preocupe, que le tendré puntualmente informado de cada movimiento y sus horarios respectivos. Buenas noches”. Y colgué. Era la 1:45 de la madrugada. Me fui a dormir. Pude hacerlo sólo unas tres horas. Estaba demasiado cardíaco para ello. Aun así, caí rendido en algún momento.

El desayuno fue en exceso tranquilo y silencioso. Todos estaban ya en la pomada, pero no sabían los detalles. Les conté los justos. De momento, todo se interrumpía hasta que llegara la “fugada”. Igual teníamos que hacer un cambio de planes y dirigirnos al aeropuerto, pero ya se iría viendo. Luego, con la mayor de las seriedades y de las contundencias, les trasladé la decisión que había tomado con respecto a ella. Se quedaron estupefactos, bibliotecaria y dos madres incluidas. De momento, les dije, podían volver a sus habitaciones.

Mis adultas acompañantes me sugirieron tratar el asunto de una forma más moderada, y yo les dije que ni hablar. Que lo que había sucedido era muy grave, y que merecía un castigo ejemplar, incluyendo a la familia. Y ya se estaba postulando la bibliotecaria para acompañar a la díscola escapista en su regreso aéreo, cuando me comunicaron la llamada del director de mi instituto.

La conversación fue serena, civilizada, tranquilizadora. Pero contundente por su parte: no podía hacer lo que planteaba. Las sanciones, si las hubiere, tendrían lugar a la vuelta; cuando todos -y recalcó esta palabra- estuviéramos ya en casita. Era una orden directa, y no había más que hablar. Además, quedaba sólo Rotterdam, para ese día, e iniciábamos regreso a continuación. De modo que no procedía medida tan drástica. Y punto en boca. Protesté, pero dio igual. Aquel director, a quien siempre respeté por encima de todo, y de todos, no me dio opción. Prometí cumplir su mandato a rajatabla. Pero antes, me daría algunas satisfacciones vengativas.

Desde que llegó, a eso de las 9, acompañada de toda la familia de acogida (incluido el chico, casi albino y con un acné espectacular), y tras una bronca de impresión, en la que me despaché a gusto, no me separé de aquella adolescente consentida. Ni en el paseo por el impresionante puerto de Rotterdam, ni cuando entraron a comprar unas camisetas o unas gominolas. En ningún momento. De hecho, comí mi bocadillo a sólo cinco metros de ella, en un parque, ya de vuelta. Por supuesto, se fue la primera a la habitación, esa noche, con sus dos amigas y la bibliotecaria en plan consoladora. Algunos chicos echaron pestes de mí. Otros pensaron que me había quedado corto. A otros sólo les cabreó la mayor estrechez que marqué a la hora de la seguridad y de que nada se escapara del guión previsto.

Ya en León, entregué mi grupo al director, presentándole mis respetos. Decliné la oportunidad de hablar con la familia de la chica, más que nada por evitar males mayores. Como era buen psicólogo, no insistió, lo que le agradeceré siempre. Y despidiéndome en plan muy general, me largué a mi casa casi con el mismo enfado que me había atenazado los dos últimos días, dando así por finalizada mi única experiencia como profesor acompañante de un viaje de fin de etapa.

Pd/ Según supe, a la alumna en el otro centro no le cayó sanción alguna. Al menos, de las que cabría esperar, más allá del palabrerío inicial. El director de ese centro tampoco llamó para disculparse ni con el director del mío ni conmigo.

Pd/ Si deseas leer los anteriores Hitos de mi escalera, puedes pinchar en la categoría del mismo nombre, ahí arriba, a la derecha. O aquí

2 Comentarios

  • Emma
    Posted 10 de julio de 2021 10:25 1Likes

    Estoy aquí, delante del texto, imaginando la situación e imaginándote. A mí me hubiera dado un infarto, directamente.
    Nadie, que no haya hecho un Viaje de Estudios, sabe el grado de compromiso y responsabilidad que implica. A veces, ni las familias. Hay quien piensa que aprovechamos esos viajes para nuestro solaz, para “librarnos” de las clases una semana y disfrutar de destinos a los que no podríamos ir por nuestros propios medios.
    Mientras te leía, se me venía a la cabeza el reciente caso de Mallorca, que no voy a comentar aquí, porque me enciendo y no quiero que me siente mal el desayuno.
    Sólo espero que la vida les haya cobrado la factura al padre, a la madre y a la niñata. Y al director de tu centro y al del otro. Y hasta a la bibliotecaria.

    • Eduardo Arias Rábanos
      Posted 11 de julio de 2021 09:16 1Likes

      Bueno, no me dio un infarto, porque no debo ser propenso. Pero el nerviosismo de aquella noche, se lo deseaba yo a mis peores enemigos.
      Tienes mucha razón en lo que alguna gente opina de los viajes. Pero para mí terminaron sin casi haber empezado. No me compensaría los riesgos. Y es una pena, porque con mayor educación…
      Cuanto a lo que la vida les pudo haber dado a los intervinientes, concuerdo en los destinatarios de tu desiderata, salvo el director de mi instituto, el único que mantuvo la cordura y estuvo pendiente en todo momento (desde que se enteró, claro). Besosss
      To be continued

Deja un comentario